Yo me sonreí; porque ¿qué tenía que temer? Saludé á los agentes y les dije que el grito lo había dado yo en sueños. El viejo añadí, está de viaje.
Llevé á mis visitadores por toda la casa y les invité á que registrasen bien. Por último los conduje á su habitacion, y les enseñé sus tesoros en perfecto órden y seguridad.
En el entusiasmo de mi confianza, llevé sillas á la habitacion y supliqué á los agentes que descansaran, mientras que yo, con la loca audacia de un completo triunfo, coloqué mí silla sobre el sitio mismo en que estaba escondido el cuerpo de la víctima.
Los agentes estaban satisfechos: mi tranquilidad había disipado toda sospecha. Yo me encontraba completamente sereno. Sentáronse, pues, y hablaron familiarmente, alternando yo con igual familiaridad. Pero al cabo de un corto rato, conocí que me ponía pálido, y principié á desear que se fueran. Sentía mal en la cabeza y me parecícá que me zumbaban los oidos; pero los agentes permanecían sentados y hablando. El zumbido principió á ser más perceptible, y poco después más perceptible y claro aun; yo animé entonces la conversacion y hablé cuanto pude para desembarazarme de aquella sensacion tan tenaz; mas el ruido continuó hasta ser tan claro y determinado, que conocí que no estaba en mis oidos.
Sin duda debí ponerme entonces muy pálido; pero seguí hablando con más rapidez, alzando la