—Alguna cosa así. El hecho es que me dominó irresistiblemente el presentimiento de que me hallaba á punto de adquirir una inmensa fortuna. No sabría decirle á usted por qué; bien mirado, quizás era más bien un deseo que una creencia positiva; pero le aseguro que la absurda frase de Júpiter cuando dijo que el escarabajo era de oro, influyó singularmente en mi imaginación. Por otra parte, esa serie de coincidencias era en realidad extraordinaria. ¿Ha observado usted todo cuanto hay de fortuito en el asunto? Ha sido necesario que todos esos incidentes ocurrieran en el único día del año que fué lo bastante frío para que se necesitara encender fuego, sin el cual, y á no mediar la intervención del perro en el preciso momento en que se presentó, jamás hubiera tenido yo conocimiento de la calavera, ni poseído, por lo tanto, ese rico tesoro.
—Adelante, adelante, que estoy en brasas.
—¡Pues bien! usted tendrá sin duda conocimiento de muchas historias que circulan, de mil rumores vagos referentes á tesoros escondidos en algún punto de la costa del Atlántico por Kidd y sus asociados; todos estos rumores debían tener algún fundamento; y el hecho de que persistieran tantos años probaba, en mi opinión, que el tesoro continuaba sepultado. Si Kidd hubiera escondido su botín durante cierto tiempo, y le hubiese recobrado después, esos rumores no habrían llegado sin duda hasta nosotros bajo su forma actual é invariable. Advierto á usted que en las citadas historias se habla siempre de pesquisas y no de tesoros encontrados. Si el pirata hubiese recogido su dinero, ya no se hubiera hablado más del asunto. Pareciame que algún accidente, como por ejemplo la pérdida de la nota que indicaba el lugar preciso en que el tesoro se hallaba, pudo privarle de los medios de encontrarlo; supuse también que este accidente,