Yo elevé una rápida oración á Dios y pensé que todo había concluído.
Como sentía los efectos dolorosos y nauseabundos de la bajada, me agarré instintivamente con más fuerza al barril y cerré los ojos; pasaron algunos segundos sin que osase abrirlos, esperando la muerte instantánea, y extrañándome de no hallarme ya en las angustias supremas de la inmersión; pero los segundos pasaban y aún vivia. La sensación de la caida habia cesado, asemejándose el movimiento del buque á lo que antes era, cuando estábamos cerca de la faja de espuma, sólo que entonces cabeceábamos más: recobré valor y quise contemplar otra vez aquel cuadro.
Jamás olvidaré las sensaciones de espanto, de horror y de admiración que experimenté al pasear la vista á mi alrededor: el barco parecia suspendido como por magia á medio camino de su caída, en la superficie interior de un embudo de inmensa circunferencia, de prodigiosa profundidad, y cuyas paredes, admirablemente alisadas, hubieran parecido de ébano á no ser por la deslumbradora rapidez con que giraban y la brillante y horrible claridad que despedían bajo los rayos de la luna llena, que desde aquel agujero circular deslizábanse como un rio de oro á lo largo de los negros muros, penetrando hasta las más recónditas profundidades del abismo.
Al principio era demasiada mi perturbación para observar nada con alguna exactitud; sólo me fijé en el aspecto general de aquella magnificencia terrorífica; mas al recobrarme un poco, mis miradas se dirigieron instintivamente hacia el fondo. En aquella dirección érame fácil penetrar con la vista sin obstácu, porque nuestro barco estaba suspendido en la superficie inclinada del abismo; corría siempre sobre su quilla, es decir que su puente formaba un plano paralelo al del agua, y constituía así un declive inclinado á más