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Página:Historias extraordinarias (1887).pdf/186

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Edgardo Poe

casa para proceder á un detenido examen de la localidad; pero confiado yo en lo impenetrable de mi escondite, no experimenté la menor inquietud. Los oficiales me obligaron á que les acompañara en su pesquisa, y no dejaron ningún rincón por registrar, bajando al fin por tercera ó cuarta vez al sótano. Ni uno solo de mis músculos se estremeció; mi corazón latía tranquilamente, como el de un hombre que duerme en la inocencia; recorrí el sótano de un lado á otro con los brazos cruzados sobre el pecho, y paseábame con la mayor indiferencia. Satisfecha del todo la policia, disponíase á retirarse, y fué tan grande el júbilo de mi corazón que no pude resistir el vivo deseo de decir al menos una palabra, aunque sólo fuese una, á manera de triunfo, para convencer á aquellos hombres de mi inocencia.

—Caballeros—dije al fin, cuando subían la escalera—me complace mucho haber desvanecido sus sospechas, y deseo á todos completa salud, así como un poco más de cortesía. Sea dicho esto de paso, caballeros... he aquí una casa bien construída (en mi insaciable deseo de decir alguna cosa con indiferencia, apenas sabía lo que hablaba); puedo asegurarles que es una casa admirablemente bien construída; esas paredes son de la más sólida mampostería.

Y al decir esto, permitiéndome una bravata frenética, golpeé con una caña que tenía en la mano precisamente en los ladrillos que ocultaban el cadáver de la esposa de mi corazón.

¡Ah! ¡Dios me proteja y me libre al menos de las garras del archidemonio! Apenas se hubo apagado el eco de mis golpes en el silencio, una voz me contestó desde el fondo de la tumba; era una queja, entrecortada al pronto, como el sollozo de un niño; pero que se convirtió al fin en un grito prolongado, sonoro y continuo, completamente anormal y antihumano, un