quietud para mis amigos, así como un perjuicio evidente para mi mismo. Muy pronto llegué á ser caprichoso hasta la extravagancia; fuí presa de las más indomables pasiones; y mis padres, de carácter débil, con defectos constitucionales de la misma naturaleza, no podían hacer gran cosa para contener las malas tendencias que me distinguian; hicieron algunos ligeros esfuerzos que, mal dirigidos, fracasaron del todo, y que sirvieron únicamente para que, mi triunfo fuese más completo. Desde aquel día, mi voz fué ley doméstica; y á una edad en que pocos niños han traspasado los límites de la infancia, quedé abandonado á mi libre arbitrio, y fui dueño de todos mis actos.
Mis primeras impresiones de la vida de escolar se relacionan con una vasta y extravagante mansión de estilo Isabel, en un sombrio pueblo de Inglaterra, adornado con numerosos árboles gigantescos y nudosos, y cuyas casas eran todas muy antiguas. Esa venerable y vetusta ciudad era verdaderamente un lugar que tenía algo de fantástico y parecía la más propia para seducir el espíritu en este momento mismo siento como una emoción refrescante al recordar sus sombrías alamedas; aspiro las emanaciones de sus mil espesuras, y me estremezco aún con indefinible voluptuosidad al pensar en el tañido ronco y profundo del esquilón, que rasgando á cada hora los aires, perturbaba la tranquilidad de la atmósfera, entre la cual dormitaba el gótico campanario.
Tal vez experimente ahora todo el placer que para mi es posible al evocar esos minuciosos recuerdos de la escuela y de sus ilusiones. Sumido en la desgracia como estoy—desgracia jay de mi! demasiado cierta, se me dispensará que busque un alivio, bien ligero y breve, en estos pueriles detalles. Aunque del todo vulgares y risibles en si, adquieren en mi espíritu una importancia circunstancial á causa de su íntima co-