nexión con los lugares y la época en que distingo ahora las primeras advertencias ambiguas del destino, que tan profundamente me ha rodeado con sus sombras desde entonces. Dejadme, pues, recordar.
La casa, ya lo he dicho, era vieja é irregular; los terrenos muy vastos; una alta y sólida pared de ladrillos, coronada de una capa de mortero y de vidrio roto constituía la cerca que, digna de una prisión, formaba el limite del dominio. Nuestras miradas no pasaban de allí más que tres veces por semana; una todos los sábados por la tarde, cuando, acompañados de dos maestros, se nos permitia dar cortos paseos por la campiña inmediata; y dos veces el domingo, cuando ibamos, con la regularidad de la tropa á la parada, á oir misa, tarde y mañana, á la única iglesia del pueblo, de la que era pastor el principal de nuestra escuela. ¡Con qué profundo sentimiento de admiración acostumbraba yo á contemplarle desde nuestro banco de la tribuna cuando subía al púlpito con paso lento y solemne! Aquel personaje venerable, con su expresión modesta y benigna, con su sotana lustrosa y ondulante, con su peluca minuciosamente empolvada, tan rigida y grande, no parecía el mismo hombre que momentos antes, con su rostro severo, y su ropa manchada de tabaco, hacia ejecutar, férula en mano, las leyes draconianas de la escuela. ¡Oh gigantesca paradoja cuya monstruosidad excluye toda solución!
En un ángulo de la maciza pared rechinaba una puerta más maciza aún, sólidamente cerrada, guarnecida de cerrojos y sobrepuesta de chapas de hierro denticuladas. ¡Qué profundo sentimiento de terror me inspiraba! Jamás se abría más que tres veces para las salidas y entradas periódicas de que ya he hablado; y entonces, cada rechinamiento de sus goznes, era para nosotros un misterio, un mundo de observaciones solemnes, y de meditaciones que lo eran más aún.