El vasto recinto, de forma irregular, estaba dividido en varias partes, de las cuales se utilizaban para patio de recreo tres ó cuatro de las mayores; el suelo estaba apisonado y cubierto de una arena muy menuda y áspera, y recuerdo bien que no había árboles ni bancos ni nada análogo. Naturalmente, hallábase detrás de la casa; delante de la fachada extendiase un jardinillo plantado de boj y otros arbustos; pero muy rara vez atravesábamos aquel oasis sagrado; sólo cuando se ingresaba en la escuela ó se salía de ella definitivamente, y quizás en los casos en que un amigo ó un individuo de la familia enviaba recado para que fuéramos á casa: entonces emprendíamos alegremente la carrera hacia el domicilio paterno, regularmente en las vacaciones de Navidad y en las de San Juan.
¡Qué curiosa y antigua construcción era la de la casa! A mi me parecia verdaderamente un palacio encantado, pues en realidad no tenían fin sus vueltas y revueltas y sus incomprensibles subdivisiones. Difícil era decir en un momento dado con seguridad si se estaba en el primer piso ó en el segundo; para pasar de una habitación á otra se debían franquear siempre tres ó cuatro escalones; los compartimientos laterales eran muy numerosos, inconcebibles, y daban tales vueltas, que nuestras ideas más exactas relativamente al conjunto del edificio, diferian poco de las que teniamos acerca de lo infinito. Durante los cinco años de mi residencia en aquella mansión, jamás me fué posible determinar con exactitud en qué lugar lejano se hallaba el pequeño dormitorio donde habitaba con otros diez y ocho ó veinte escolares.
La sala de estudios era la más grande de toda la casa, y hasta del mundo entero, ó por lo menos yo lo creía así. Muy larga y estrecha, tenía el techo de encina sumamente bajo y ventanas ojivales; en un ángulo lejano, de donde emanaba el terror, había un recinto