que aún encuentro hoy impreso en mi memoria en lineas tan vivas, tan profundas y duraderas como los exergos de las medallas cartaginesas.
Y sin embargo, ¡qué pocas cosas había para el recuerdo bajo el punto de vista ordinario del mundo!
La hora de despertar, por la mañana, la orden de acostarse, las lecciones aprendidas de memoria; el recitado, las licencias periódicas, los paseos, el patio de recreo, con los juegos y disputas; todo esto contenía en sí, por una magia desvanecida, un desbordamiento de sensaciones, un mundo rico en incidentes, un universo de excitaciones diversas, apasionadas y embriagadoras. ¡Oh, qué buen tiempo fué aquel siglo de hierro!
Mi carácter ardiente, entusiasta é imperioso, fué causa de que muy pronto me distinguiera entre mis compañeros, y como era natural, poco á poco adquiri un ascendiente sobre todos aquellos que apenas tenian más edad, sobre todos excepto uno. Era un escolar que, sin tener conmigo ningún parentesco, llevaba el mismo nombre de pila é igual apellido de familia, circunstancia poco notable en sí, pues el mío, á pesar de la nobleza de mi origen, era uno de esos apelativos vulgares que parecen haber sido desde tiempo inmemorial, por derecho de prescripción, propiedad común de la multitud. En este relato he, tomado el nombre de Guillermo Wilson, nombre ficticio que no se diferencia mucho del verdadero. Sólo mi homónimo, entre los muchachos que, según el lenguaje de la escuela, componían nuestra clase, osaba rivalizar conmigo en los estudios, en los juegos y en las disputas, rehusando creer ciegamente en mis asertos y someterse del todo á mi voluntad; en una palabra, combatía mi dictadura en todos los casos posibles. Ahora bien, si jamás hubo en la tierra un despotismo supremo y sin límites, seguramente es el del niño de genio sobre las almas menos enérgicas de sus compañeros.