La rebelión de Wilson era para mi origen de gran confusion, tanto más cuanto que, á pesar de mis bravatas y del desdén con que le trataba públicamente, burlándome de sus pretensiones, reconocia en mi interior que le temia y que no podía menos de considerar como una prueba de verdadera superioridad, la igualdad que conservaba tan fácilmente respecto á mí, puesto que yo hacía un esfuerzo continuo para que no me dominara. Sin embargo, esta superioridad, ó más bien igualdad, no era verdaderamente reconocida más que por mi, pues nuestros compañeros, completamente ciegos, ni siquiera parecían sospecharla. La rivalidad de Wilson, su resistencia, y sobre todo su impertinente y hostil intervención en todos mis proyectos, debíanse sólo á una intención privada; y también parecía carecer de la ambición que me impulsaba á dominar y de la apasionada energía que me daba los medios. Hubiérase podido creer que en su rivalidad, hija solamente de un capricho, proponiase tan sólo contradecirme y mortificarme, aunque había casos en que no podía menos de observar con un sentimiento confuso de cortedad, de humillación y de cólera, que en sus ultrajes, en sus impertinencias y contradicciones, afectaba cierto aire cariñoso, el más intempestivo y desagradable del mundo. No me era posible explicarme tan extraña conducta sino suponiéndola resultado de una verdadera suficiencia que se permitía el tono vulgar del patronazgo y de la protección.
Tal vez este último rasgo de la conducta de Wilson, unido á nuestra homonimia, y al hecho puramente accidental de haber entrado en la escuela el mismo dia, propaló entre nuestros condiscípulos de las clases superiores la opinión de que éramos hermanos, pues por lo regular no se informan con mucha exactitud de los asuntos de los más jóvenes. Ya he dicho, ó he debido decir, que Wilson no estaba emparentado con mi