fuga ante su impenetrable tiranía, huyendo como de la peste; y hasta el fin del mundo he huido; pero en vano.
Interrogando siempre á mi alma en secreto, repetia mis preguntas. ¿Quién es? ¿De dónde viene? ¿Cuál es su objeto? No podía contestarme, y entonces analizaba con minuciosa atención las formas, el método y los rasgos caracteristicos de su insolente benevolencia; pero ni aun en esto encontraba gran cosa que pudiera servir de base á una conjetura. Era un hecho verdaderamente notable que en los numerosos casos en que se había cruzado últimamente en mi camino no lo hiciera nunca sino para desbaratar planes ú operaciones que, de haber salido bien, hubieran llevado consigo amargas consecuencias. ¡Pobre justificación era esta para una autoridad tan imperiosamente usurpada!
¡Pobre indemnización para esos derechos naturales del libre arbitrio, tan tenaz y aisladamente negados!
También me había sido forzoso observar, hacia largo tiempo, que mi verdugo, satisfaciendo escrupulosamente y con maravillosa destreza la mania de vestirse lo mismo que yo, se había arreglado de modo que, cuando intervenía en mi voluntad, no pudiese yo ver nunca sus facciones. Quien quiera que fuese aquel condenado Wilson, semejante misterio era el colmo de la afectación y de la necedad. ¿Podría suponer él un solo instante que en mi consejero de Eton, en el que me envileció en Oxford, en el que había contrarrestado mi ambición en Roma, mi venganza en París, mi amor apasionado en Nápoles, y en Egipto lo que llamaba mi codicia; podria suponer, repito, que en ese sér, mi enemigo mortal, mi genio maléfico, no hubiera reconocido yo al Guillermo Wilson de mis años de colegio, al homónimo, al compañero, al rival execrado y temido de la casa Bransby?—¡Imposible!Pero dejadme llegar al terrible desenlace del drama.
Hasta entonces me había sometido cobardemente á