habitaba en el momento de mi desaparición. Mis abuelos residieron siempre alli desde tiempo inmemorial ejerciendo invariablemente, como yo, el muy respetable y lucrativo oficio de componedores de fuelles, pues á decir verdad, hasta estos últimos años, en que todos se entregan con pasión á la politica, jamás se ejerció más fructuosa industria por un honrado ciudadano de Rotterdam, y nadie fué más digno que yo. El crédito era excelente, los parroquianos numerosos, y por lo tanto no faltaba dinero ni buena voluntad; pero como ya he dicho, muy pronto nos resentimos de los efectos de la independencia, de los grandes discursos, del radicalismo y de todas las drogas de esa especie. Aquellos que hasta entonces habían sido los mejores parroquianos del mundo, no tuvieron ya un momento para pensar en nosotros; todo lo necesitaban para aprender la historia de las revoluciones, vigilando en su marcha la inteligencia y la idea del siglo; si necesitaban soplar el fuego, construían un fuelle con algún diario; á medida que el gobierno se debilitaba, adquiría yo la convicción de que el cuero y el hierro eran cada vez más indestructibles; y muy pronto, no hubo en todo Rotterdam un solo fuelle que necesitase compostura. Semejante estado de cosas era insostenible; muy pronto quedé más pobre que una rata, y como tenía mujer é hijos, mis gastos llegaron á ser insoportables; de modo que empleaba todo mi tiempo en reflexionar sobre la manera más conveniente de poner fin á mis días.
Sin embargo, mis acreedores me dejaban pocos ratos para entregarme á la meditación; sitiaban materialmente mi domicilio desde la mañana á la noche, y tres de ellos, en particular, atormentábanme lo que no es decible, vigilaban de continuo mi puerta y me amenazaban á cada momento con la ley. Juré vengarme cruelmente de aquellos tres individuos, si llegaba á tener la suerte de cogerlos entre mis uñas; y creo que esta