dulce esperanza fué la única cosa que me impidió rea lizar desde luego mi proyecto de suicidio, que era levantarme la tapa de los sesos de un pistoletazo. No obstante, juzgué que sería mejor disimular mi rabia, prodigando promesas y buenas palabras hasta que, por un feliz capricho de la suerte, se me presentara ocasión de vengarme.
Cierto día que conseguí escapar de aquellos tres perros, y hallándome más abatido que nunca, estuve vagando largo tiempo, sin objeto fijo, por las calles más oscuras, hasta que al fin, al doblar una esquina, me encontré junto á la tienda de un librero de viejo, vi á mano un sillón, destinado para los parroquianos, dejéme caer en él de muy mal humor, y sin saber porqué, abri el primer volumen que me cayó bajo las manos. Resultó ser un folleto sobre la astronomia especulativa, escrito por el profesor Encke de Berlin, ó por un francés cuyo nombre se asemejaba mucho al suyo; y como yo tenía un ligero conocimiento de esta ciencia, me absorbí pronto de tal manera en la lectura del folleto, que le lei dos veces de cabo á rabo sin saber lo que pasaba á mi alrededor.
No obstante, como se acercaba la noche, tomé el camino de mi casa; pero la lectura de aquel tratado, coincidiendo con un descubrimiento neumático que me había revelado hacía poco un primo de Nantes, como secreto de gran importancia, acababa de producir en mi ánimo una impresión indeleble, y vagando á través de las oscuras calles, repasé minuciosamente en mi memoria los extraños razonamientos del escritor, á veces ininteligibles. Algunos pasajes me habían afectado de una manera extraordinaria, y cuanto más pensaba en ellos, más me interesaba el asunto. Mi educación, muy limitada, y mi completa ignorancia de los asuntos relativos á la filosofía natural, lejos de hacerme desconfiar de mi aptitud para comprender lo que