verdaderamente hay motivos para creer que se alcanzará mayor rapidez; pero aun contentándome con la de que hablo, no se necesitarían más de ciento sesenta y un días para llegar á la superficie de la luna.
Sin embargo, numerosas circunstancias me inducian á creer que la velocidad aproximativa de mi viaje excedería en mucho á la de sesenta millas por hora; y como estas consideraciones produjeron en mi una impresión profunda, las explicaré más ampliamente por lo que sigue.
El segundo punto que se debía examinar tenía distinta importancia. Según las indicaciones del barometro, sabido es que cuando nos elevamos sobre la superficie de la tierra á una altura de 1,000 pies, se deja debajo una trigésima parte, poco más o menos, de la masa atmosférica; que á 10,600 pies llegamos á una tercera parte, con corta diferencia; y que á 18,000, que es casi la elevación del Colopaxi, se pasa de la mitad de la masa fluida, ó en todo caso, la mitad de la parte ponderable del aire que rodea nuestro globo.
Se ha calculado también que á una altura que no excede de la centésima parte del diámetro terrestre, es decir, 80 millas, la rarefacción aumenta de tal modo, que la vida animal no es posible, y además, que los medios que tenemos á nuestro alcance para reconocer la presencia de la atmósfera, llegaban á ser del todo insuficientes. Sin embargo, no dejé de observar que estos últimos cálculos se basaban únicamente en nuestro conocimiento experimental de las propiedades del aire y de las leyes mecánicas que rigen su dilatación y compresión en lo que se puede llamar, comparativamente hablando, la proximidad inmediata de la tierra.
Al mismo tiempo, considérase como cosa positiva que á cualquiera distancia dada de su superficie, pero inaccesible, la vida animal no sufre ni debe sufrir esencialmente modificación alguna. Ahora bien, todo razo-