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Página:Historias extraordinarias (1887).pdf/291

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Aventura de Hans Pfaall

brío escudo de cobre, de un diámetro de dos grados poco más o menos, fijo é inmóvil en el cielo, y guarnecido en uno de sus bordes de una media luna de brillante oro. No se descubría ninguna señal de mar ni de continente, y el conjunto presentaba manchas variables, cruzadas por las zonas tropicales y ecuatorial, como por otras tantas fajas.

Así, pues, me permitiré manifestar á Vuestras Excelencias, que después de una larga serie de angustias é indecibles peligros, llegué al fin sano y salvo, á los diez y nueve días de mi salida de Rotterdam, al término del viaje más extraordinario é importante que jamás se emprendió y efectuó, ni siquiera se concibió por un ciudadano cualquiera de vuestro planeta. Réstame sólo referir mis aventuras, pues Vuestras Excelencias comprenderán fácilmente que después de residir cinco años en un planeta que, tan interesante ya de por si, lo es doblemente por su íntimo parentesco, en calidad de satélite, con el mundo habitado por el hombre, puedo ya mantener con el Colegio Nacional Astronómico correspondencias secretas de mayor importancia que los simples detalles, por sorprendentes que sean, del viaje llevado á cabo con tanta felicidad.

Tal es, en suma, la verdadera cuestión. Tengo muchas cosas que decir, y sería para mí un verdadero placer comunicaroslas. He de hablar extensamente sobre el clima de ese planeta, sus asombrosas alternativas de frío y de calor, su claridad solar, que dura quince días, implacable y brillante; de su temperatura glacial, más que polar, que se siente en la otra quincena; de una traslación constante de humedad, efectuada por destilación, como en el vacio, desde el punto situado bajo el sol hasta el más lejano; de la raza misma de los habitantes, sus usos y costumbres y sus instituciones políticas; de su organismo particular, su fealdad, su falta de orejas, apéndices superfluos en