zengerstein. En fin, la ostentación de una magnificencia más que feudal era poco propia para mitigar los sentimientos irritables de los Berlifitzing, no tan antiguos y menos ricos. ¿Hay motivo pues para extrañar que los términos de aquella predicción, aunque muy extravagantes, crearan y mantuvieran la discordia entre dos familias ya predispuestas á la hostilidad por todas las instigaciones de una envidia hereditaria? La profecia parecia implicar, si algo implicaba, el triunfo de la casa más poderosa, y naturalmente, esto preocupaba á la más débil, acrecentando su animosidad.
Wilhelm, conde de Berlifitzing, aunque de antigua nobleza, no era en la época de que hablo más que un viejo achacoso, y no tenía nada notable, como no fuese su antipatía inveterada y loca contra la familia de su rival; distinguíase además por su afición á los caballos y á la caza, de la cual no le retraían ni sus achaques físicos, ni su avanzada edad, ni la debilidad de su espíritu, tanto que diariamente se exponía á los peligros de semejante ejercicio.
Federico, barón de Metzengerstein, no era todavia mayor de edad: su padre, el ministro G... había muerto joven; y su madre, Maria, no tardó en seguirle á la tumba. Federico contaba en aquella época diez y ocho años, que en la ciudad no son un largo período; pero en una soledad tan magnifica como aquel antiguo señorío, el péndulo vibra con más profunda y significativa solemnidad.
A causa de ciertas circunstancias resultantes de la administración de su padre, el joven barón entró en posesión de sus vastos dominios apenas murió aquél.
Rara vez se había visto un noble de Hungria poseedor de semejante patrimonio; sus castillos eran innumerables, pero el de Metzengerstein se consideraba como el más vasto y magnifico; la linea fronteriza de sus do-