minios no se había determinado nunca claramente; pero el parque principal abarcaba un circuito de cincuenta millas.
Tratándose de un propietario tan joven, de carácter tan bien conocido, y de tan incomparable riqueza, no era necesario hacer muchas conjeturas sobre cuál sería probablemente su línea de conducta; y en efecto, á los tres días, el proceder del heredero dejó muy atrás la nombradía de Herodes, excediendo por mucho á las esperanzas de los más entusiastas admiradores. Vergonzosas orgías, flagrantes infamias y atrocidades sin nombre, hicieron comprender muy pronto á sus atemorizados vasallos que nada, ni la sumisión servil por su parte, ni los escrúpulos de conciencia por la del castellano, serian para ellos en lo futuro garantía de seguridad contra las crueldades de aquel pequeño Caligula.
Hacia la media noche del cuarto dia, observóse que se había prendido fuego en las cuadras del castillo de Berlifitzing, y la opinión pública estuvo unánime en agregar un crimen más á la lista, ya horrible, de los delitos y atrocidades del barón.
En cuanto al joven caballero, durante el tumulto ocasionado por aquel accidente, hallábase sumido al parecer en profunda meditación en una vasta cámara solitaria del piso superior del palacio de familia de los Metzengerstein. Los tapices, ricos, aunque gastados, que pendian melancólicamente de las paredes, representaban las figuras fantásticas y majestuosas de mil antecesores ilustres; en uno veíanse prelados vistiendo ricos trajes de armiño; grandes dignatarios estaban reunidos con el autócrata y el soberano, y oponían su veto á los caprichos de un rey, ó contenían con el fiat del poderío papal el cetro rebelde del Gran Enemigo, príncipe de las tinieblas. En otro se representaban las sombrías y grandes figuras de los príncipes de Metzengerstein, con sus robustos caballos de guerra, que