ro y á las capacidades del animal. El espacio que franqueaba de un solo salto, medido cuidadosamente, resultaba exceder de una manera asombrosa á los cálculos más exagerados. El barón, por otra parte, no había puesto ningún nombre particular al cuadrupedo, aunque todos los demás tenían el suyo; y aquel caballo tenía su cuadra particular, separada de las otras.
Sólo su amo le cuidaba, porque nadie se atrevía á tocarle, ni siquiera entrar en el sitio á donde estaba.
Algunas pruebas de inteligencia particular en la conducta de un noble corcel, lleno de ardimiento, no bastarían seguramente para llamar la atención de un modo exagerado; pero ciertas circunstancias hubieran hecho impresión en los espiritus más excépticos y flemáticos; y decíase que algunas veces el animal habia hecho retroceder de espanto á la multitud curiosa ante la singular significación de su marca, añadiendose que el joven Metzengerstein habia palidecido ante la mirada del ojo casi humano del caballo.
Entre toda la servidumbre del barón no se contaba un solo individuo que dudara del afecto extraordinario que inspiraban al joven heredero las brillantes cualidades de su corcel, exceptuándose, sin embargo, un insignificante pajecillo muy feo y antipatico, de cuya opinión no se hacia aprecio. Tenía el descaro de asegurar que su amo no montaba nunca sin experimentar un inexplicable y casi imperceptible estremecimiento, y que al volver de sus largos y acostumbrados paseos observábase en las facciones del heredero una expresión de triunfante malignidad.
Durante una noche de borrasca, Metzengerstein, despertando de un profundo sueño, bajó como un sonámbulo de su habitación, y montando apresuradamente á caballo, precipitóse á través del laberinto del bosque.
Un acontecimiento tan habitual no podía llamar