Página:Horacio Kalibang o Los automatas - Eduardo L. Holmberg.pdf/11

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido validada
— 9 —

el cañon del alma. Se puede ser charlatan sin ser franco, como se puede ser callado é indiscreto, ó charlatan y discreto. Hablar mucho, no es decir algo: á veces se habla para no decir.

Este es, en pocas palabras, mi primo el Burgomaestre. El lector puede seguir, de un modo lógico, todo el desenvolvimiento de aquellas ideas fundamentales, ligadas íntimamente para formar su carácter.

Ahora comprenderá tambien por qué razon se retiró mi primo, del comedor, de una manera tan brusca. Iba á resolver una duda. Iba.

IV

La noche estaba oscura y una llovizna tenuísima acariciaba el rostro de los transeuntes.

Por la calle de X.... dos indivíduos caminaban en direccion á la Plaza de Federico el Grande.

Detrás de ellos, y á distancia suficiente para no perderlos de vista, un hombre de cierta edad se dirijía hácia la misma plaza que ellos. Cualquiera, al verle, hubiera dicho que era indiferente á los dos que le precedian; pero un fisonomista habría reconocido, en su semblante, todos los signos que revelan el observador en observacion. Sus ojos fijos y en parte velados por las cejas, los lábios apretados, cual si creyera que sus investigaciones podian escaparsele en palabras indiscretas, la cabeza algo inclinada y de cuando en cuando un movimiento convulsivo de los dedos, entre la barba, no podian expresar otra cosa que lo que en realidad había.

De pronto se detuvo, apartándose un tanto para no ser visto, al observar que los que le precedian se acababan de detener. Uno de ellos sacó con cautela el sombrero de la cabeza del otro, lo colocó en uno de sus bolsillos, y, llevando ambas manos á la cara del segundo, pareció sacar algo pequeño de ella, y examinándolo con cuidado, prorumpió en una maldicion formidable, gue hizo extremecer al observador.

Donnerweter!—exclamó—Ich habe ihn jetzt gefunden.. (Rayos y centellas, ya lo encontré!)

Sacó entónces del bolsillo otro objeto pequeño y, colocándolo en el cuello de su dócil acompañante, hizo los movimientos que hubiera hecho al dar cuerda á un reloj. Terminada la operacion, guardó la presunta llave.

Llamemos Oscar Baum al de la maldicion y guardemos en silencio, por un momento, el nombre del otro.

A los pocos pasos, volvieron á detenerse.

Oscar Baum dijo algo al oido de su compañero, y este repuso:

—Muy buenas noches, señoras y caballeros.

El observador oculto dió un salto en la oscuridad.

Pero lo que este no había observado, era que el que acababa de hablar llevaba el cuerpo inclinado hácia adelante, de tal modo que cualquiera, al pasar á su lado, le habría adelantado la mano ó el brazo, para que no cayese, si no hubiera sabido de quién se trataba.

Un nuevo movimiento de Baum arrancó al otro estas pala-