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Al leer esta carta, las lágrimas corrian por las mejillas del Burgomaestre.

Cuando su hija Luisa, ya esposa de Blagerdorff, se despedía, la dijo estas palabras al oido:

—Serás feliz, hija mía, porque hay algo grande y noble que vela por tí. Tendrás hijos, si obedeces, como todo el mundo, al automatismo orgánico—yo seré el más feliz de los abuelos, ya que soy el más desgraciado de los primos—y cuando tenga un nieto, que será mi gloria y mi encanto, yo sabré decirle, y si muero, díceselo tú:—«Hijo mío, antes de esparcir los aromas que broten de tu corazon, examina con cuidado sí no es un autómata la copa que los recibe.»


El lector tocará los demás resortes.