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el personaje y el lector merecen; pero no era posible comenzar de otra manera, porque al penetrar en el recinto en que aquella conversacion se desarrollaba, en ese mismo momento, desmentía el Burgomaestre Hipknock á su sobrino el Teniente Hermann Blagerdorff, y, fiel retratista, no he podido hacer otra cosa que tomar, sin antecedentes, las palabras consignadas.

II.

Aunque hay personas de mala voluntad que sostienen que mi pariente y amigo, el Burgomaestre Hipknock, lleva este nombre, debido á la circunstancia de haberse atragantado con un hueso, uno de sus antepasados, en tiempo de Cárlos V, sostengo que es falso, aunque no tengo interés en demostrar lo contrario.

Luisa, la hija de mi pariente, cumple hoy quince años. Es una preciosa criatura, muy parecida á las lindísimas muñecas que fabrican en Nüremberg, mi ciudad natal. Con esto he dicho todo. Sus ojos de cielo tienen ese candor de la inocencia sin límites; su cabellera de oro cae en rizos á los lados de sus mejillas, rosadas como una aurora, y frescas como la hoja de una lechuga, y sus lábios, cual esas guindas de la Selva Negra, no sé qué reminiscencia despiertan en el paladar, á tal punto que algo húmedo se extremece y se desliza por el ángulo derecho de la boca.

Quince años! La edad más deliciosa para una mujer, porque no obstante tener ya en punto ese inconsciente que llamamos corazon humano, su cabeza goza del más etéreo y divino de los vacíos.

Quince años! la edad en que nó se piensa en nada, so pena de pensar en algo ménos.... y sinembargo, no hay cosa que más preocupe, despues de los veinte. ¿Porqué? Misterios insondables del endurecimiento de aquel inconsciente y de los huesos.

Apesar de todo, la hija de mi pariente no es un hongo. Sus manos de algodón saben fabricar unos pastelitos con almibar por fuera, y manzana por dentro, tan ricos y tan incitantes, que hacen honor al hueso que nó se tragó el antepasado de su padre.

Para festejar su natalicio, el Burgomaestre ha reunido una concurrencia de buen apetito. Opina, como yo, que la mesa moderna tiene muchas piruetas y poco jugo; que no hay vino como el del Rhin, y que el jamon es excelente cuando no es de mala calidad. Así es que, al entrar en el comedor, me he detenido un momento en el umbral, para observar el cuadro que la familia y los amigos presentan.

En la cabecera de la mesa está sentado mi pariente; á su derecha, Luisa, vestida de blanco, con lazos azules; frente á ella, su primo Hermann, que la mira con toda la ferocidad de un Teniente enamorado con consentimiento del Mariscal Vogelplatz, sentado junto á Luisa, y deseando comulgar con el Teniente.

El Mariscal es un personaje tremendo: tiene todo el color y temperatura de un sol poniente, en la nariz,—y en el vientre, todas las dimensiones de un elefante bien educado. Engulle como un Palmípedo y bebe como una tromba. El Capitan Hartz,