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Acta Apostolicae Sedis - Comentario Oficial

Estoy lleno de consuelo, impregnado de alegría en toda nuestra tribulación[1]. En verdad, si sobresale en el predicador esta disposición al trabajo, purificándolo de lo que en él es humano y reconciliandole con la gracia de Dios necesaria para obtener buenos frutos, entonces es increíble cuán meritorio resulta su trabajo a los ojos del pueblo cristiano. Por el contrario, poco es capaz de influir en las conciencias aquellos que, donde quiera que vayan, buscan las comodidades de la vida más que lo justo y, fuera de sus sermones, casi ignoran cualquier otra tarea del ministerio sagrado, tanto que parece que cuidan más su propia salud que el del bien de las almas.

De hecho, tan pronto como Pablo fue llamado al apostolado, comenzó a orar a Dios, mientras leemos: He aquí, él está orando[2]. En realidad, la salvación de las almas no se obtiene con la abundancia de palabras o con el ardor del habla: el predicador que se limita a estos medios no es más que bronce que resuena o golpear de platillos[3]. Lo que da fuerza a las palabras del hombre y las hace admirablemente efectivas para la salvación es la gracia divina: Dios dio el incremento[4]. Pero la gracia de Dios no se obtiene con estudio ni con arte, sino con oraciones. Por tanto, quien poco o nada se dedica la oración, inutilmente gasta su trabajo y su empeño en predicar, porque ante Dios no habrá beneficio ni para sí ni para los oyentes.

Para concluir brevemente lo que venimos diciendo hasta ahora, citaremos estas palabras de San Pedro Damian: «Dos cosas son absolutamente necesarias para el predicador: que rebose de doctrina espiritual y que su vida brillecon verdadera religiosidad. Si un sacerdote no puede tener ambas cosas al mismo tiempo, es decir, ser de vida ejemplar y rico en doctrina, indudablemente una vida buena es mejor que la doctrina ... Vale más la claridad del ejemplo que la elocuencia o la precisión elegante de los discursos ... Es necesario que el sacerdote dedicado a la predicación esté impregnado de sabiduría espiritual y brille en la vida de la luz religiosa: similar a ese ángel que, anunciando el nacimiento del Señor a los pastores, brilló con maravilloso esplendor y expresó con palabras la alegre noticia»[5].

  1. 2 Cor., 7, 4.
  2. Act., 9, 11.
  3. 1 Cor., 13, 1.
  4. Ibid., 3, 6.
  5. Epp. lib. I, Ep. I ad Cinthium Urbis Praef.