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Acta de Benedicto XV

No hablamos aquí de los estudios que se había preparado diligentemente bajo la guía de Gamaliel. De hecho, la ciencia infundida en él por revelación oscureció y casi abrumaba lo que había obtenido por sí mismo: aunque esta también lo benefició enormemente, como se desprende de sus Cartas. La ciencia es absolutamente necesaria para el predicador, como ya dijimos; quienes se ven privados de su luz, se equivocan fácilmente, según la justisima sentencia del Concilio IV de Letrán: «La ignorancia es la madre de todos los errores». Sin embargo, con la palabra ciencia no nos referimos a ninguna rama del conocimiento humano, sino al conocimiento que es propio del sacerdote lo que supone, para resumirlo en pocas palabras, el conocimiento de sí mismo, de Dios y de sus deberes: de sí mismo, decimos, para que todos dejen de lado sus propias ventajas personales; de Dios, para que pueda guiar a todos a conocerlo y amarlo; de los deberes, porque los observa y enseña a observarlos. Si esta falta, la ciencia de las demás cosas "hinchar" y no aprovecha para nada.

Pero veamos mejor cuál fue la preparación interna en el Apóstol. En este sentido, tres cosas deben considerarse sobre todo. Lo primero, que San Pablo se abandonó por completo a la voluntad divina. De hecho, mientras se dirigía a Damasco, tan pronto como fue alcanzado por la llamada del Señor Jesús, estalló en la conocida exclamación, digna del Apóstol: Señor, ¿qué quieres que haga?[1]. Por el amor de Dios, inmediatamente comenzó a considerar con indiferencia, como siempre hacía después, trabajar y descansar, la escasez y la abundancia, la alabanza y el desprecio, vivir y morir. Sin duda, por esto él ha tenido tanto éxito en el apostolado, por someterse con total obediencia a la voluntad de Dios. De la misma manera, por lo tanto, sirva sobre todo a Dios todo predicador que quiera empeñarse en la salvación de las almas; no se preocupe por los oyentes, el éxito o los beneficios que conseguirá; en fin, no se busque a sí mismo, sino solo a Dios.

Además, este propósito de servir solo a Dios requiere un espíritu dispuesto a soportar, como para no sustraerse a ningún esfuerzo y a ninguna molestia. En esto, Pablo fue digno de toda alabanza. De hecho, habiendo dicho al Señor acerca de él, Le mostraré cuánto tendrá que sufrir por mi nombre[2], aceptó todos los problemas con tal fuerza de voluntad para escribir:

  1. Act., 9, 6.
  2. Ibid., 9, 16