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La entrada en Roma de este hombre había sido ya funesta. Alguna gente principal había pagado sus conjuraciones con la vida; casos sentidos, más que por la desgracia de los finados, por el desprecio que acusaban en el Emperador hacia las antiguas prácticas de los tribunales romanos. Unos marineros muy halagados por Nerón, que le acompañaban en sus festejos, en sus expediciones por el mar Tirreno, en sus viajes á Grecia, salieron al encuentro de Galba á pedirle el cumplimiento de promesas neronianas y fueron impíamente acuchillados en el camino, con lo cual puede asegurarse que entró ya salpicado de sangre y por lo mismo cubierto de maldiciones en la Ciudad Eterna. Los libertos y amigos más íntimos de Nerón, los que verdaderamente le perdieron y arrojaron aquella alma nacida para más altos destinos en el cieno, fueron decapitados; pero se salvó con gran disgusto de Roma, el más criminal y el más aborrecido, Tigelino. La vajilla propia de Galba era de barro, mas así que pudo gastar vajilla ajena, la gastó de oro, lo cual daba margen á que el pueblo le cantara sátiras en el teatro ridiculizando esta mezcla informe de esplendidez y de avaricia. El derecho de ciudadanía era muy regateado por Galba, que á fuer de buen patricio no quería extender mucho el recinto de la ciudad, mas le dio de grado á los galos, no sabemos si por lucro ó por agradecimiento. Llevado de una severidad que rayaba en cruel, revocó todas las donaciones que en oro, en alhajas, en prendas de toda clase había hecho Nerón en su afán de prodigar y malversar los caudales públicos; medida que llevó la confusión al seno de los pueblos, pues la gente que las había recibido, gente de poco dinero, las había enajenado, y los compradores reclamaban con justo título la pertenencia de estas alhajas, la legitimidad de estos dones.

Lo que principalmente perdía á Galba eran sus favoritos, gente de mal vivir y de pésimas condiciones. Muchos le rodeaban y todos bajo su amparo querían explotar á Roma. Era el principal Tito Vinnio, avaro, sensual, materialista, hombre que había llevado sus liviandades hasta profanar la esposa de su capitán en el sagrado recinto del campamento, y su deseo de allegar riquezas y dinero hasta robar una copa de plata en un festín del emperador Claudio. Un ladrón, un usurero, un hombre de mal vivir, escándalo de Roma, afrenta de la sociedad, que vendía todo linaje de mercedes, que se aprovechaba de su privanza para lucrarse, era un peligro permanente para Galba. El escándalo fué tan grande que Tigelino, odiado de todas las clases, se valió de la muerte por haber comprado su vida al favorito del César, al ligero y corrompido Tito Vinnio. Al frente de éste se levantaba Lacón, prefecto del pretorio, envidioso, orgullosísímo, enemigo de todos los amigos de Galba, descuidado, perezoso, y de una arrogancia tal, que humillaba á la gente más ilustre, y de un amor propio tan desmedido, que creía despreciable y baladí toda idea que no fuese de su mente, y toda obra que no saliera de sus. manos. Al lado de estos hombres se encontraba también ícelo, para quien la privanza del Emperador era como una gran mercancía y el palacio de los Césares un gran mercado. Y lo mismo acontecía á todos los esclavos, á todos los libertos, á todos los amigos, á todos los domésticos de Galba, que vendían por oro los gobiernos de las provincias, las grandes magistraturas, la vida de los criminales y hasta la verdad y la justicia.

Y esto era más de extrañar tratándose de un emperador como Galba, que se distinguía por su avaricia; que habiendo recibido una corona de oro en regalo, la hizo fundir para ver si tenía en realidad el oro que le habían dicho, é hizo añadir á los que se la habían regalado dos onzas que faltaban; que licenció la cohorte germánica fidelísima por ahorrarse dinero; que suspiraba profundamente siempre que veía bien servida su mesa; que por toda recompensa regalaba un plato de legumbres á los más fieles y antiguos servidores de su casa; que no quería pagar á las tropas de Roma la sublevación, porque decía que él había conquistado, pero no había comprado el Imperio. Las larguezas de sus esclavos le perdieron en el juicio de los nobles y senadores y la propia avaricia le perdió en el ánimo de los soldados y de los plebeyos. Sus favoritos eran más dilapidadores con menos fausto y menos arte. El ejército esperaba en vano la paga prometida por haber consentido que Galba se elevara al trono del mundo. Los soldados que habían gozado grandes preeminencias bajo Nerón, que habían elevado en sus hombros al trono á Claudio, que participaban del general contento y de los universales festejos en aquella Roma tan alegre, incitados por el deseo de allegar oro habían levantado del polvo la púrpura imperial, y la habían puesto en los hombros de Galba, y cuando esperaban oro, honras, consideraciones, se hallaban despreciados, sin paga, sin el cumplimiento de ninguna de las promesas, tenidos en poco, obligados á levantarse en armas contra un Emperador avaro é ingrato, que sólo se curaba de su propio medro y que había dejado el timón del mundo en manos de infames esclavos y audaces y corrompidos libertos. La esperanza de la paga les contenía alguna que otra vez en sus conjuraciones para sublevarse contra Galba; pero al ver burlados sus deseos, engañadas sus ilusiones, tascaban difícilmente el freno, que no hay cosa más dolorosa que ver convertidas


EN EL CAMPO, dibujo de V. Ambery

EN LA PLAYA, cuadro de B. Giuliano, grabado por R. Bong