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UN EPISODIO DE LA GUERRA DE 1813, cuadro de Carlos Marr

Gustavo Freitag ha escrito un libro titulado Cuadros del ¿asado de Alemania, y uno de esos cuadros escritos por Freitag ha inspirado el cuadro pintado por Marr, artista joven aún, á quien está reservado seguramente un porvenir brillante. Sintiéndose con aliento para tratar un asunto histórico, ha tenido el buen acierto de ir á buscar este asunto en la historia de su patria, encontrándolo en un episodio de las guerras napoleónicas.

Parece ser que después de la batalla de Bauzen, llegó á la población de Bunzlau un convoy de prisioneros franceses, custodiados por una partida de cosacos; pero llegaron tan rendidos por el hambre, la fatiga y los duros tratamientos, que daba pena el verlos y vergüenza no acudir en su auxilio. Esto comprendieron los humanitarios vecinos de Bunzlau; pero los cosacos, por exceso de precaución ó de crueldad, prohibieron á los adultos aproximarse á los prisioneros. Entonces aquellas buenas gentes reunieron á sus pequeños hijos y les confiaron la caritativa misión de llevar comestibles á los franceses, misión que las inocentes criaturas desempeñaron á las mil maravillas.

Esta escena representa el gran cuadro de Marr, del cual reproducimos el más importante fragmento. Todo en él está perfectamente combinado y sentido; los grupos son naturales, los personajes no pueden estar más en situación; pero las figuras más notables y simpáticas son las de los niños, todas variadas l y todas á cual más correcta y expresiva. El autor se ha poseído íntimamente del asunto y, como si quisiera tener coparticipación en la noble conducta de sus compatriotas, ha asociado á ella su pincel de artista, que es una de las maneras más seguras de trasmitirla á la posteridad, entre los aplausos de los admiradores de la virtud y de los entusiastas por el arte.

VIAJE Á POLONIA DURANTE EL INVIERNO,

cuadro de Vierniz-Kowalski

A poco que la vista se fije en este cuadro, la impresión que causa es de tal naturaleza, que parece como que sintamos algo del frío, de la desolación, de la tristeza que en él campea. Es la estación rigurosa del Norte; la nieve lo ha cubierto todo, lo ha sepultado todo: alguna que otra rama que sobresale, es indicio de que ha existido vegetación en esos sitios; bien así como la aparición de un cadáver mal enterrado revela que el campo solitario ha sido teatro de alguna gran batalla. La noche se avecina, la noche que hace más audaz al lobo hambriento: uno de los viajeros parece prepararse contra la agresión de una de esas fieras; el conductor del trineo azota los caballos; vuelan éstos cual se vuela al huir de un peligro, y en el fondo el cielo pavoroso, negro, apenas transparente en el punto donde se abre paso un sol sin calor, contrasta con esa tierra monótonamente blanca, de ese blanco horrible de las mortajas y de las losas de los sepulcros.

Hay en este cuadro vida, movimiento, verdad expresada con valentía y una facilidad en vencer dificultades de ejecución propia solamente de los verdaderos maestros. Por de contado que el autor ha hecho ese viaje, ha visto ese cielo, ha comido sobre esa nieve. Una naturaleza de esta índole ni se adivina ni se inventa.

LA SORPRESA, cuadro de Tusquets

Cuanto más dura es la vida, mayor necesidad de expansión siente el alma, y especialmente el alma de la mujer, criatura venida al mundo para amar y ser amada. La antigua castellana, prisionera, más que señora, en la mansión feudal de su esposo, rodeada de gentes rudas á quienes todo se les iba en hablar de guerras ó de caza; si por acaso llegaba á sentir una pasión correspondida, debía arriesgarlo todo en un trance decisivo, imprudente y á menudo criminal.

La dama de nuestro cuadro intenta salir furtivamente del castillo, cuando se siente bruscamente retenida por la mano ruda, grosera, vigorosa, de un hombre, su marido tal vez, corchete en aquel instante, juez más tarde, en leve quizás verdugo.

Tiene la obra de Tusquets condiciones relevantes que demuestran hasta qué punto concibe y ejecuta un asunto de verdadero aliento. La parte viva podríamos decir que se halla bien preparada por la decoración del lugar en que se realiza. Sombrío el castillo del primer término, sombrío el cielo, sombrío el horizonte, dan á la dramática escena una entonación, un carácter perfectamente en armonía con el asunto. El semblante, la actitud, la crispatura de la dama, expresan de perfecta manera el terror súbito que se ha apoderado de ella; al paso que la figura toda del caballero, la fuerza con que ase á la fugitiva, la violencia con que la arrastra al interior del castillo, demuestran hasta qué punto la explosión de los celos mueve su ánimo á la venganza.

La sorpresa se ve, se presencia, digámoslo así; la catástrofe se presiente. Lo que no se ve, pero se adivina por el examen de los personajes, es lo que constituye quizás el mayor mérito del cuadro.

FACSÍMILE DE UN ESTUDIO DE RAFAEL

Las obras del inmortal pintor de Urbino tienen un valor inapreciable para el arte, y aquellas son más deseadas de cuantos lo cultivan ó aman siquiera, que dan más aproximada idea del original. Este es el mérito del facsímil que publicamos, reproducción fidelísima de un estudio del gran maestro.

Lo compuso Rafael para aprovecharlo en su cuadro La degollación de los inocentes, que dibujó para ser grabado por el célebre profesor Marco Antonio; mas por correcta que sea esa figura, como no podía menos de serlo procediendo de tal autor, es lo cierto que en la composición definitiva del cuadro solamente aprovechó la cabeza y parte de la espalda de ese estudio preliminar, cuyo original posee el duque de Devonshire.

DOS CAMAFEOS ROMANOS

I

El nuevo emperador Galba había subido al Imperio por el camino de una sublevación militar; camino sembrado de espinas donde sólo podía encontrar, males, ó cuando menos zozobras . Galba había soñado con el Imperio porque los magos antiguos le profetizaron tan alta dignidad , pero su pureza era parte á matar estos ambiciosos pensamientos; rico, no codiciaba la hacienda ajena, aunque conservaba con avaricia la propia; noble, tenía el orgullo de los patricios unido al recuerdo de sus antiguos privilegios; viejo, conservaba en el pecho la imagen viva de la República; gobernador de extrañas provincias, no las oprimía, pero las castigaba duramente; arreglado en su vivir, económico, hubiera sido tal vez buen padre de familia; pero el cielo le había negado hijos; más sin vicios que con virtudes, como dice admirablemente Tácito; jurisconsulto entendido antes en las particularidades minuciosas del derecho que en sus grandes y universales principios; celoso en demasía por la justicia social, pues á un mercader usurero le cortó las manos y las clavó en su tienda, y á un tutor que había matado á su pupilo le hizo morir en una cruz; débil hasta el punto de abandonar el Imperio á sus libertos y favoritos; incapaz de hacer daño, pero consintiendo que lo hicieran otros en su nombre; con intentos de restaurar la antigua disciplina, pero sin fuerzas para cumplir sus intentos;nac¡do para otra República menos turbulenta y gastada, Galba hubiera muerto querido y llorado, hubiera tenido sobre su tumba la corona de Emperador, y en su nombre vinculadas muchas esperanzas; hubiera sido por universal consentimiento, juzgado digno de dominar el mundo, si conociendo que su debilidad no era propia de época tan tormentosa ni su severidad bastante á curar corazones tan corrompidos, hubiera renunciado al Imperio.

Galba debía levantar contra sí muchas pasiones. El pueblo estaba acostumbrado á Césares enemigos de la aristocracia, de los patricios; gustaba de la apostura, de la gracia y hasta de la insolencia de Nerón; recordaba con amor las fiestas, los juegos, los banquetes, el circo siempre abierto, el teatro entoldado de púrpura, cubierto de polvos de oro y minio; veía con entusiasmo cómo Nerón dispendiaba sus caudales cuando iba coronado de flores, envuelto en rozagante seda, en su carro de marfil, los inspirados ojos en el cielo, y la agitada mano en las áureas cuerdas de la lira; recordaba lastimosamente que Nerón era el protector de los pobres, de los marineros, de los atletas, de los gladiadores, de los farsantes, hasta de los esclavos, en una palabra, de todos los seres degradados y envilecidos en la antigua sociedad; y un pueblo acostumbrado á todo esto, no podía ver con buenos ojos á un soldado, enfermo, gotoso, inmóvil, viejo, con un puñal siempre en el cinto, vestido austeramente, nada acostumbrado al circo ni dispuesto á juegos, y fiestas y teatros; menos preciador de la plebe, amigo de los aristócratas, avaro que daba con desprecio unos cuantos sestercios á un flautista, que revocaba donaciones de Nerón, que comía lentejas, que se servía con platos de barro, que mataba á los marineros despiadadamente, que no arrojaba ni un óbolo a los soldados, que había venido á oscurecer, ¿qué digo oscurecer? á matar, la báquica alegría de Roma.


LAGUNAS DE VENECIA, de J. M. Marqués


LA FARSA DE LOS LLORONES, estudio para un cuadro, dibujo á la pluma original de Antonio Fabrés