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en falsías y engaños esperanzas acariciadas por la imaginación como prontas á convertirse en realidad. Así es que en una ocasión, como al ofrecer en los juegos un sacrificio á los dioses dijese el sacerdote la fórmula de: «Orad porque los dioses concedan salud al Emperador,» los soldados murmuraron en voz baja: «Así es de los favores de los dieses digno» palabras que eran un desacato á su autoridad, una amenaza á su poder. Y estos desacatos eran cometidos también por un pueblo que en el circo consagraba al Emperador, no votos solemnes, sino canciones satíricas en que se burlaba de aquella su desmedida avaricia. El Emperador así abandonado de todos, estaba en realidad herido de muerte. Emilio Castelar (Continuará)

UNA PAGINA PARA LA HISTORIA

DEL MUSEO DEL PRADO DE MADRID

(1823 á 1826)

Apenas repuesto de su sangrienta lucha con la Francia de Napoleón, había entrado nuestro desgraciado país en el interminable y triste período de las discordias políticas, cerniéndose sobre el majestuoso frontón del templo del arte el adverso fatum que revuelve en perpetuo contraste los éxtasis estéticos y las desventuras de todo género en que los españoles vivimos. Realistas y constitucionales se habían encargado de la f malhadada misión de perturbar doquiera el público sosiego: el gobierno con sus desaciertos desde el año mismo en que recuperaba Fernando el trono, y simultáneamente, Mina en Pamplona, Porlier en la Coruña en 1815, Richard en Madrid en 1816, Lacy en Barcelona en 1817, Vidal en Valencia en 1818, y Riego en las Cabezas de San Juan en 1820.

Triunfando los constitucionales, el partido liberal dividido en fracciones, con los sucesos del 6 al 7 de setiembre de 1820, del café de la Fontana de oro en 1821, del cura de Tamajón en este mismo año, y con el giro que bajo su dirección.tomaron las sociedades patrióticas y la prensa, por ley de reacción natural, dio origen á la insurrección del cuerpo de Guardias, a la formación del absurdo partido de los serviles, al motín de la corte de 30 de junio de 1822, á la insubordinación de la Guardia Española y al asesinato de Landáburu; y sucesivamente á otros hechos de mayor entidad, como la deplorable jornada del 7 de julio, los justos recelos de las potencias del Norte, las famosas bases de Viena, el Congreso de Verona, el vergonzoso anuncio de la ocupación de nuestro país por el ejército francés al mando del duque de Angulema, encargado de reintegrar á Fernando VII en la plenitud de sus derechos, ante la actitud amenazadora de más de media España levantada en armas.

En este momento crítico, cuando al abrirse en 1.° de marzo del referido año 23 las cortes ordinarias de la nación, vio ésta con estupor que se trataba de abandonar la capital decretando la traslación del Gobierno á Sevilla, el príncipe de Anglona, director gubernativo del Museo desde el año anterior en reemplazo del marqués de Santa Cruz, que de director primero del reciente instituto había pasado á mayordomo mayor de Palacio, con celo digno de todo elogio, trató de poner á salvo de lamentables eventualidades la riqueza confiada á su custodia; y antes de que tuviera efecto aquella vergonzosa huida, en 7 del propio mes de marzo, dirigió á la mayordomía un oficio apremiante y razonado, reclamando fondos con que atender á la conservación y amparo del vasto edificio del Museo y de las preciosidades en él depositadas para el caso posible de una guerra.


UN PATIO EN VENECTA, dibujo de Leopoldo Roca


REGRESO DE LA FIESTA, cuadro de Guillermo Diez.