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comisionados desempeñar su encargo; que la Veeduría les facilitase coches para hacer sus viajes, y que se pasase á S. M. nota de los efectos elegidos, para que, recayendo la Real aprobación, pudieran ser baja en los inventarios respectivos.

Comunicada esta resolución á los profesores Ribera, Alvarez y Eusebi, se procedió á instruir el oportuno expediente: dictáronse órdenes, facilitáronse fondos en 7 de setiembre; y en 7 de octubre manifiestan los comisionados á la Dirección del Museo que su encargo queda cumplido en todos los sitios Reales, exceptuados sólo la Moncloa y el Real Palacio de Madrid, donde se proponían continuar en breve sus tareas. Como testimonio de su dicho, remitió Eusebi al Duque de Híjar, en nombre de la Comisión, en 12 de octubre, el resultado de la elección que habían hecho, que eran las listas formadas en Aranjuez, el Pardo, la Zarzuela, la Quinta del Duque del Arco y San Ildefonso, completadas de allí á pocos días con las de la Moncloa y Palacio de Madrid.— Más de 250 obras selectas, de pintores españoles, italianos, y principalmente flamencos y holandeses, iban á ingresar en los salones del Museo del Prado, y temeroso Eusebi de que este torrente de joyas le cayera! encima de golpe, sin dejarle tiempo para destinar á aquellas preciosidades cómoda colocación, concluía su oficio con este textual gringo (no me propongo al trascribirlo al pie de la letra, ofender su honrosa memoria: ya dije que el celoso y entendido conserje don Luis Eusebi, pintor de Cámara honorario, era italiano): «V. E. me perdonará si le pido licencia para hacerle una observación en el supuesto que V. E. hará lo que sea de su agrado. Esto es, que como en la elección no resulta que tres ó cuatro cuadros insignificantes, menos que la Concepción de Murillo, de escuela española é italiana, como V. E. observará se reduce hacerle presente, primero, la estación adelantada, romperá el mal tiempo, cuando la conducción, los cuadros' estarán expuestos. Segundo, que el local para la colocación de la escuela flamenca, no estará habilitado en mucho tiempo; y por último suplico á V. E. que hasta concluida la colocación de los cuadros de la escuela española é italiana en los salones que están corrientes, no recargarme con otra cantidad de 247 cuadros, porque además que no hay local donde ponerlos, sin entorpecer las operaciones de la distribución y colocación urgente, me distraería y se retardaría la abertura (sic) del Real Museo; pero repito estoy siempre pronto á cuanto V. E. guste mandarme. Dios guarde á V. E. muchos años. Real Museo 12 de octubre de 1826. Su más humilde S. S. Q. B. las manos de V. E. — Luis Eusebi.»

Por su parte la Dirección del establecimiento en 13 de noviembre ofició á Mayordomía remitiendo las listas originales de los cuadros, estatuas y demás objetos elegidos y manifestando, á fin de que la conducción de estos pudiera hacerse con el acierto y la puntualidad convenientes, el deseo de que se dignase el Rey resolver en vista de ellos lo que fuera de su agrado. Proponía el Duque de Híjar que antes de verificarse la traslación de los objetos, se pusiese nota de ellos en los Inventarios generales y en los particulares de cada Palacio. La Mayordomía mayor propuso á su vez á S. M. que pasasen las listas de la Veeduría para el referido objeto de consignar las bajas en los Inventarios, devolviéndoselas después á los comisionados para que por ellas hiciesen las traslaciones de los objetos; y el Rey, á los cinco días de recibido el oficio del Duque, en 18 del expresado mes, resolvió con la nota de la Mayordomía, pero mandando se tuviera entendido que era su voluntad no se sacase nada ni de la casa llamada del Príncipe, en el Escorial, ni de la del Labrador, de Aranjuez. Por los traslados que de esta Real resolución se dieron á los conserjes de los Palacios de Aranjuez y San Lorenzo, y al comisionado del difunto Rey padre, don Lorenzo Martínez de Viérgol, sospecho que Femando VII se propuso no disponer, ni de los cuadros que Carlos IV había reclamado como suyos, ni dé los que había en la llamada Casita del Príncipe del Escorial, por circunstancias que debo recordar. Cuando empezaba á agitarse el pensamiento de crear el Real Museo cíe Madrid, por los años 1816, el Rey padre D. Carlos IV estaba formando en su palacio de San Alejo de Roma una, aunque pequeña, selecta Pinacoteca, que dirigían don José de Madrazo y don Juan Ribera; y entonces comisionó á Martínez de Viérgol, vecino de Madrid, para que reclamase varios cuadros de los palacios de esta corte y de Aranjuez que le pertenecían privadamente y no quería ver confundidos con los de la Corona; pero estos cuadros no fueron entregados, sino que por decreto autógrafo de 14 de agosto de dicho año 1816 «S. M. se reservó la resolución de este expediente.» Por otra parte, el pequeño palacio de la Casita del Príncipe, del Escorial, había sido construido y alhajado á expensas del mismo Carlos IV siendo príncipe de Asturias. Desde aquella época, en efecto, el primogénito de Carlos III, no pudiendo por respeto á su padre entregarse á su diversión favorita de las corridas de toros, había manifestado verdadero empeño de acumular bellezas artísticas en su casino del Escorial, y allí depositó cuadros originales de gran mérito y considerable valor, relieves y entalles de marfil de mucho precio, y obras excelentes de cerámica, producto de la fábrica de la China del Buen Retiro. A estos cuadros, y á los de la Casa del Labrador de Aranjuez, no se tocó jamás en vida de Fernando VII: no habían formado parte del cuerpo de bienes de la testamentaría de Carlos IV, debiendo haber entrado en él, y acaso por esta misma razón formó escrúpulo de disponer de ellos mandándolos al Museo. Los ya reunidos en esta gran Pinacoteca del Prado ofrecían materia abundante para la contemplación y el estudio de las más espléndidas creaciones estéticas del humano ingenio en la época más floreciente del arte.

Pedro de Madrazo


un modelo, dibujo de Llovera

APUNTE para UN cuadro, de J. Luis Pellicer

estudio Á LA pluma, de J. Luis Pellicer


EL ÚLTIMO NIÑO DE ECTJA

(rasgo histórico)

I

No hay duda de que ha degenerado la respetable clase de bandidos de á caballo, aunque haya progresado la de á pie. De el Bizco del Borjes y Melgares, á Diego Corrientes, José María y Ojitos, hay gran distancia; la historia del latrocinio campeante sólo cuenta en su última etapa figuras de segundo orden como los Juanillones y Pachecos: el postrer representante de la edad clásica, Juan Caballero, murió hace poco en Estepa hecho lo que se llama un buen hombre. En vano la nueva clase de ladrones de pacotilla, cuyos modelos son Cartouche y Candelas, quieren buscar los róeles y calderas de su escudo en Juan de Meung, el célebre trovador que legó á los dominicos de San Jacques para pago de su entierro un cofre de piedras preciosas que luego resultaron pizarras, ó en el Cid, que empeñó á los judíos cajas llenas de arena, tomando por ellas buenos puñados de oro; sus esfuerzos han resultado inútiles; el timo no es popular: José María, Diego Corrientes y Ojitos fueron al drama y al romance, pero los ladronzuelos de nuestra época no pasarán á la posteridad; son sencillamente industriales.

Los que hoy parodian, en Málaga y la Serranía de Ronda, los atrevimientos y empresas de los célebres Niños de Ecija, también son actores de menor cuantía. Han pasado ya los tiempos de las fechorías andantescas, y cuando el ladrón Pacheco quiso seguir en Córdoba la senda de aquellos briganes que más de una vez fueron héroes durante la invasión francesa, cayó atravesado por una bala á los pies del general Caballero de Rodas.

Pertenecen, pues, á la tradición, y por eso voy á relatar uno de los episodios de la vida íntima de estas gentes non sanctas, recogido de labios de un anciano labriego, y que tiene, á mi juicio, gran originalidad histórica.

II

Desde el principio de la invasión francesa en España, por los años de 1808 á 1809, recorrían la campiña de Ecija, importante ciudad de la provincia de Sevilla y cuya fertilidad y riquezas fueron siempre proverbiales, varios grupos de bandidos de á pie y á caballo, unos hijos de dicha ciudad y otros escapados de las aldeas y pueblecillos circunvecinos. La insignificante persecución que se les hacía, la situación topográfica de Ecija, inmediata á los ríos Genil y Guadalquivir, vadeables por varios puntos la mayor parte del año, y la proximidad de Sierra Morena, eran motivo suficiente para que estos merodeadores hubieran escogido su término por campo de batalla, pernoctando en él con seguridad extrema.

Ocupada en 1810 en su mayor parte la Andalucía baja y habiéndose acantonado en la referida ciudad fuerzas considerables de infantería y caballería francesas, propusiéronse limpiar de briganes el territorio y dedicaron á su persecución varias compañías montadas, las cuales cogieron muchos, que fueron fusilados á las veinticuatro horas y colgados hechos cuartos, algún tiempo después, de la llamada Masa del Rey, rollo de piedra coronado por el escudo de España que se levantaba á orillas del Genil en las afueras de la antigua colonia astigitana.

Tal medida dio por resultado la extinción total de varias partidas, escapando sólo aquellas que poseían mejores caballos y armamentos y eran más conocedoras de los escondrijos y senderos que conducían á la sierra.

Entre los restos de estos briganes ó brigantes, se contaban los célebres Niños de Ecija, á los cuales se ha considerado por algunos como héroes, por suponer que dieron verdaderas batallas campales á los destacamentos franceses y ayudaron, de algún modo, á la gran epopeya de la independencia española.

Mi difunto amigo el diligente historiador Caray, no es de esta opinión y afirma que Los Niños de Ecija no fueron otra cosa que malhechores más ó menos atrevidos, que organizados de un modo particular pudieron escapar por algún tiempo á la justicia del Rollo. Si estaban ó no confabulados contra los franceses; si, como se afirma, entre la gente de pluma de Ecija y los citados pájaros del camino real, había secretas inteligencias, cosa es que hasta ahora no ha salido á la superficie; lo que sí puede asegurarse es que ellos respetaron muchas veces á los viajeros ecijanos.

Lo que distinguía principalmente á estos bandidos era su inalterable número y su notable disciplina. Eran siete con el capitán, y cuando uno de ellos moría ó caía en manos de los antecesores del heroico cuerpo creado en 1844, cubríase instantáneamente la plaza y volvía a completarse el número, acaso simbólico, de la cuadrilla.

Los siete Niños, que se asemejaban un tanto á los que acomodó á sus fantasías novelescas Fernández y González, solían entrar y salir en Ecija y en los pueblos cercanos con mucha frecuencia, y más de una vez se vieron en la plaza pública, á caballo, y como en casa propia, sin que los hostilizaran las autoridades. Sus fechorías se trasfor-