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comunicación con su marido y su hija, que estaban sentados en el borde del estanque. El rostro del Duque se había serenado, y una sonrisa inefable había sucedido á su habitual ironía. Rosita, roja de emoción al ver aparecer los peces, gritaba como una loca para que su madre acudiese á participar de aquella fiesta. En su sofocación por el pelo que le caía sobre los ojos desmesuradamente abiertos, agitaba los desnudos y redondos brazos y se salpicaba de gotas de agua, por querer llevar el pan á la boca de los peces. Era una niña como otras tantas, nada tenía de extraordinario y las ve el lector todos los días al borde de los estanques. Pero eso es lo que tienen los niños, que siendo cosa tan vista, causan siempre la misma novedad. No obstante, Rosita tenía en su cara más alegría y más gracia tal vez que los otros niños de su edad, y cuando reía y mostraba sus hileras de dientes con tan fresquísima blancura, y descubría el pecho de rosa lozana en su desenvoltura, hubiera sido un precioso modelo para un pintor que quisiera personificar la inocencia andaluza. Rosita, cuando se hubo acabado el banquete de los peces, echó á correr y volvió trayendo en sus brazos un pato blanco que lanzó al agua en el estanque. Entonces su alborozo no tuvo límites y su dicha se comunicó á sus padres, que todo lo olvidaron, los palacios, los castillos, la corte, ios honores, las riquezas perdidas, la indigencia presente, y rieron con su hija. Un estanque, unos peces, unas migajas de pan y un pato que nada. ¡Cuan barata es á veces la felicidad y cuan cara es otras la desventura!... Pero en aquel momento se oyó el ruido de un carruaje. El Duque miró el reloj, y una nube más negra que aquella que aborta rayos, oscureció su vista. Cogió á Rosita en sus brazos, la entregó á su madre y salió al encuentro del visitante.

(Continuará)


CONQUISTAS MÉTRICAS

Dice Manuel Tamayo y Baus que ningún versificador debe tomarse libertades de ningún género. Estoy conforme.

Sierva es la rima: obedecer le toca.[1]

Pero creo que hoy sin razón censuran algunos como licencias, verdaderos derechos adquiridos.

Me explicaré.

Hay que distinguir entre las verdaderas infracciones de los cánones admitidos y los ensanches y holguras, ya tan de uso general que vienen á constituir un verdadero derecho consuetudinario.

Los grandes versificadores del clasicismo usaron generalmente de consonantes en sus composiciones; exceptuando, por supuesto, sus magníficos romances de ocho sílabas, y tal vez sus raros endecasílabos asonantados en los versos pares.

Espronceda, verdaderamente, fué el primero que de un modo sistemático empezó á usar asonantes acentuados en la última sílaba en estrofas cuyas rimas llanas eran consonantes perfectos.

¿Es del caballo la veloz carrera,
Tendido en el escape volador,
O el áspero rugir de hambrienta fiera,
O el silbido tal vez del aquilón?

En este cuarteto hace Espronceda que las rimas llanas

carrera

fiera

sean consonantes, mientras que las rimas icti-últimas

volador

aquilón

son solamente asonantes.

Pronto tuvo Espronceda multitud de imitadores; y eso que entonces no le faltaron críticos notables, que impugnaran acerbamente semejante novedad.

Recuerdo haber leído la opinión de un crítico muy estimable, que achacaba en un principio este ensanche en el arte de la rima, á pobreza de los rimadores de tres al cuarto, y á libertad licenciosa en los rimadores de á peseta.

Pero, en verdad, ya hoy, razonablemente, no es tolerable la censura, ni menos el vituperio, fundado más bien en escrúpulos de los ojos que en sensibilidad de los oídos. Y, en materia de rima no es lícito, á nadie, apelar de las decisiones de los oídos educados.

Espronceda hizo bien.

A la distancia.de 22 sílabas, métricas, y, como con frecuencia sucede, á la distancia de 44 en las estrofas donde riman el verso 4.0 con el 8.°, el oído no suele percibir (á menos de gran hábito pericial, ó de una atención especialísima y exclusiva) si

luz,

juventud,

por ejemplo son asonantes ó consonantes. Y, como las imágenes poéticas y los sentimientos estéticos cautiven la fantasía y embarguen por completo el corazón, de seguro que ningún artista verdadero se parará á escudriñar si es ó no perfecta la rima de las estrofas que escuche.

Hay más. Como los versos acabados en ciertas asonancias cuyo acento carga en la última sílaba (por ejemplo en u) son raros en la lengua castellana, el oído, lejos de experimentar disgusto, siente placer en saborear esas cadencias insólitas (así sean asonantes, como consonantes).

Por otro lado, Espronceda introdujo esta novedad métrica (que fué un verdadero acumulo de riqueza á los recursos de la rima española) precisamente en la época en que podía hacerse aceptable semejante introducción.

En efecto, ya entonces, y actualmente, el modo de pronunciar de los españoles (indeterminado y vario en muchos casos) podía contribuir al buen efecto; y, por tanto, á la tolerancia, y, por consiguiente, á la justificación del uso nuevo de mezclar consonancias llanas con asonancias icti-últimas.

Por ejemplo, un castellano pronunciará

juventuz

donde los andaluces educados diríamos

juventud;

mientras que los naturales de otras provincias pronunciarán resueltamente

juventú;

por manera que, aun cuando el versificador escriba perfectas rimas consonantes acentuadas en la última sílaba, el recitador se las destroza en gran número de casos, leyendo (si lo estima conveniente, y, sobre todo, si no ha recibido una esmerada cultura literaria), no como debe leer, sino como es la costumbre provincial de pronunciar ciertas terminaciones: ó bien (y por esta misma razón de los provincialismos), pronuncia de tal modo los asonantes que vienen á sonar en el oído como consonantes perfectos.

Así

juventud,

serán consonantes en los labios ineducados ó más bien negligentes de gran número de españoles de ambos hemisferios; porque, al leer, pronunciarán

juventú;

y, del mismo modo, los simples asonantes

andaluz

juventud,

serán consonantes cuando un castellano diga

andaluz

juventuz.

Como estos, pudieran ponerse innumerables ejemplos. Pero baste.

Espronceda ensanchó, pues, oportunamente los límites de las rimas cuyo acento está en la última sílaba, precisamente cuando fué ya posible que tal ampliación se tolerara; es decir, precisamente cuando la variedad de las pronunciaciones ya coexistía en los grandes centros de población á causa de la facilidad relativamente mayor de las comunicaciones; y, por consiguiente, cuando ya no era indispensable la articulación perfecta (por ejemplo, y continuando con la voz tantas veces usada) de la d terminal de una palabra para la pronunciación negligente, pero usual y admitida generalmente como no incorrecta ni como signo de poco esmerada educación, de las palabras juventud, etc., etc.

Paréceme, pues, que ya no puede nadie decir que es licencia, sino disfrute de un derecho consuetudinario, la facultad potestativa en los versificadores, de terminar por asonantes los versos similares acentuados en la última sílaba, aun cuando sean consonantes los correspondientes llanos de la misma estrofa: y, además, puesto caso que el oído no se ofende, antes bien suele encontrar deleite en ello, sería una verdadera quijotada privarnos, por sólo un inconsiderado respeto á la tradición, de una sonorosa fuente de placer métrico, puesta ya al alcance de todos cuantos versifican.

Y es de observar ahora una coincidencia bastante particular.

Desde el mismo instante en que Espronceda amplía los límites de las rimas icti-últimas, se hace intolerable (esta es la palabra) la contigüidad de los versos asonantados. Hoy nadie escribiría

Porque allí llego sediENTO, pido vino de lo nuEVO, mídenlo, dánmelo, bEBO, pagólo, y vóime contENTO.

donde todos los finales de los cuatro versos son asonantes en co.

Grandes rimadores modernos (entre otros el admirable Quintana) ponían juntos, enteramente contiguos, consonantes en una estrofa que á la vez eran asonantes entre sí; ó bien, empezaban una estrofa con asonantes de los consonantes empleados inmediatamente en la anterior. Espronceda, nada menos, dice:

Tendió sus brAzos la agitada España sus hijos implorAndo; sus hijos fueron, mas traidora saña destarató su bAndo. Qué se hicieron tus muros torreAdos... etc.

El gusto se ha afinado ya de tal modo que hoy ningún versificador de nota pondría contiguos, no digamos ya los asonantes:

BANDO

torreADOS,

pero ni aun siquiera los interiores de un mismo verso, y con muchísima más razón los asonantes

llano

tirAno

esforzAdos

grabAdo

agolpAdo

de las estrofas anterior y posterior á la citada de Espronceda, quien estuvo desacertadísimo en la rima de cuartetos tan llenos de ternura y de verdadera poesía.

Otra coincidencia con la ampliación. Y esta otra coincidencia es quizás más justificada que la antecedente.

La pausa métrica ha de ajustarse á la de sentido.

No basta que haya consonantes si no los deja percibir el sentido que deba darse á las palabras.

Hoy es defectuoso, defectuosísimo el escribir, por ejemplo, como Herrera:

Cuando con resonante rayo y furor del brazo poderoso...

ó como Calderón:

y bruto sin instinto

natural...

porque, como el sentido exige que se diga:

Cuando con resonante rayo

y furor del brazo poderoso...

ó bien:

y bruto sin instinto natural

resulta que los consonantes más sentidos son:

rayo

y

natural

en vez de

resonante

y de

instinto.

No todos los versificadores posteriores á Espronceda hacen coincidir la pausa métrica con la de sentido: el oído educado, sin embargo, lo exige ya, y al fin esta exigencia se impondrá; porque lo que hoy hace que muchos rimadores excelentes interrumpan la fluidez de la frase con la pausa métrica, es, si no precisamente el á mí qué se me dá, cómplice de la pereza que está detrás de las dificultades, de seguro el maldecido ejemplo de las rutinas que exclama desenfadadamente:

¡Lo han hecho tantos así!

Pero, por fortuna, al argumento de que todo el mundo peca en esto responde la cultura literaria: ¿Y á mí qué? Lo que quiero es lo que hace la inteligente minoría de los puritanos.

Es, pues, hoy requisito indispensable de una correcta y esmerada versificación y de un rimar escogido la coincidencia de las pausas del sentido con las pausas de la metrificación.

¿Para qué se cansa el versificador en adoquinar consonantes que nadie tiene de sentir? ¿Ni cómo han de sentirse, cuando para dar sentido á lo que se lee han de desaparecer las consonancias en la recitación? ¿A qué se afana el metrificador en bosquejar un verso de siete sílabas, como por ejemplo:

y bruto sin instinto...

si el sentido imperiosamente exige que el actor declame:

y bruto sin instinto natural,

y, por tanto, lo que entra por el oído es un verso de once sílabas, por cierto de una factura bien poco escrupulosa?

¡Que lo hizo Calderón! Y bien, ¿y qué?

¡Lástima de trabajo, así el empleado en la rima como el invertido en la mensura de las sílabas!

¿A qué afanarse en la una y molestarse con la otra, cuando nadie ha de disfrutarlas; puesto caso que no las tiene de percibir con el oído? ¿O es que los versos se componen para los ojos? ¿Basta con alinear renglones de cierto número de sílabas para que se pronuncien como quiere la escritura, contraviniendo locamente á las altas exigencias y á las consuetudinarias normas del hablar?

Juzgo en todo caso obligación ineludible que siempre coincidan las pausas métricas y las de sentido;

que se eviten las asonancias interiores y contiguas-

y que, como resultan siempre tolerables, y en algunos casos convenientes, bellísimas en muchos, y cuando la idea preocupa, insensibles de todo punto las distinciones entre las asonancias y consonancias de las voces acentuadas en la última sílaba, debe usarse la ampliación debida á Espronceda, no ciertamente como licencia tolerada, sino como derecho sancionado ya legítimamente por el ejemplo y la práctica de los buenos versificadores.

E. Benot


  1. La rime est une esclave, et ne doit qu'obéir.
     Boileau