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bajo aquella inmensa cúpula parece el genio de la soledad.

Viaje á Filipinas.— Principio de una plantación china en la provincia de Malaca

Llegamos á orillas de un profundo barranco en cuya orilla opuesta se ve una alta colina (estribación del Bukit Kumunin) sobrecargada de un bosque tan espeso como el que acabamos de atravesar; al pie de la colina casi escondida en aquella masa de verdura, hay una caseta que parece liliputiense junto á los árboles gigantes que la cubren con su sombra.

Pang Lima avanza solo, portador de varios objetos de quincalla y tabaco, á fin de preparar á los Manthras á nuestra visita, pues la erupción inesperada de unos seres tan extraordinarios como los blancos pondría en fuga á la tribu, haciendo imposible toda explicación. Nuestro embajador no se entretiene mucho y muy pronto nos hace una señal para que avancemos.

Los Manthras quedan al pronto como petrificados al fijar la vista en nosotros; pero algunas palabras amistosas, traducidas por Pang Lima, rompen muy pronto el hielo, y mientras eme las mujeres se apresuran á cortar leña y encender fuego para darnos de almorzar, nosotros examinamos aquella gente.

Aquí se puede ver bien cómo se extingue una raza: nueve adultos y cuatro niños constituyen esta tribu, perdida al pie del Kumunin, y que pasa meses enteros sin ver á otros indígenas. Esta pobre gente, casi desnuda, espantosamente sucia, famélica, y atacada de enfermedades cutáneas, padece además otras muchas afecciones crónicas.

La caseta, tan maltratada como sus habitantes, contiene una especie de hogar lleno de cenizas, donde se conservan siempre algunos tizones encendidos, pues si se apagaran, no costaría poco obtener otra vez fuego, frotando entre sí dos fragmentos de bambú.

En un rincón se ven algunas toscas vasijas y cestos, uno de los cuales contiene todos los ingredientes del sirih;[1] y también, cosa inesperada, una mosquitera adquirida sin duda de algún chino por vía de cambio: los mosquitos son insoportables en los bosques de Malaca; y ahora comprendo la veneración de que procuran ser objeto esas cortinas sórdidas, cien veces remendadas con pedazos dé toda especie.

Fácil, es, imaginar lo que será la agricultura de una gente tan mísera y tan hambrienta: no hay allí instrumentos para el cultivo, cuando se trató de establecer la mezquina plantación que rodea la caseta, los Manthras derribaron algunos árboles y aplicáronles fuego cuando aun estaban medio verdes; el follaje y las ramas pequeñas se redujeron á cenizas, y entonces, haciendo uso de estacas puntiagudas, practicáronse agujeros en la inextricable red formada por los troncos que cubren el suelo. Los Manthras han sembrado un poco de arroz, plantando en el espacio de algunos pies el oubi manís [2] y yuca, para esperar luego filosóficamente el resultado de tantos esfuerzos.

Los Manthras se dedican también á la caza, y son bastante diestros; pero no conocen para esto más armas que el parang [3] y el sampitan,[4] por medio de las cuales lanzan flechas envenenadas: los monos y las aves no suelen ponerse al alcance de sus tiros.

Y sin embargo, los Manthras no dejan de ser inteligentes; pero su indiferencia y pereza parecen impedirles todo progreso espontáneo. Bien veo aquí cuan justa es la apreciación del P. Pouget, que conoce á los Manthras hace mucho tiempo, y que á costa de los mayores esfuerzos consiguió conservar algunos en la misión de Ayer Salak, cerca de Malaca.

Tales son estos infelices salvajes que por su talla [5] y otros caracteres antropológicos recuerdan á los negritos de las Filipinas.

(Continuará)

Viaje á Filipinas — Nuestra llegada al país de los Manthras del Bukit Kumunin


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IMP. DE M0NTANER Y SIMÓN

  1. El betel, cuyo usó está muy difundido en toda la Malasia: lo que los indígenas mascan es un pedazo de Areca Catechu envuelto en una hoja de betel (Piper betel), generalmente impregnada de un mástico de base de cal. El sabor del conjunto es análogo al de la yerba buena.
  2. Varias especies del género Dioscorea (Diosc).
  3. Especie de sable corto que sirve á la vez de cuchillo y de hacha: con distintos nombres y formas, y ligeras variaciones encuéntrase en toda la Malasia.
  4. Cerbatana. Los Manthras fabrican la cerbatana y las flechas; pero adquieren el parang por vía de cambio.
  5. 1,489 milímetros para los hombres, y 1,424 para las mujeres, según nuestras observaciones; en las demás tribus que hemos visitado en los alrededores del Kessang, los indígenas son un poco más altos. Compárese con la talla media de los franceses (hombres) que es de 1,657 á 1,660 milímetros.