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Fig. 4.—Vista en conjunto del camino de hierro aéreo de Nueva York, desde el Río Este (tomada de una fotografía)


En mi próxima carta me ocuparé de la descripción de Filadelfia, ciudad de novecientas mil almas, y una de las más curiosas que el viajero pudiera visitar en América, no sólo bajo el punto de vista de la localidad, sino también por las costumbres sui generis de sus habitantes, que, esencialmente caseros, pasan la vida retirados y tranquilos en sus hogares; de modo que esa ciudad ofrece el aspecto de un cementerio en los días festivos.

Alberto Tissandier -


VIAJE Á FILIPINAS

POR EL DOCTOR J. MONTANO (1879- 1881)

MALACA

El 20 de mayo de 1879 me embarco con mi buen compañero, el Dr. Pablo Rey, á bordo del vapor Anamita, para desempeñar una misión científica de que me ha encargado el señor ministro de Instrucción pública.

El 19 de junio desembarcamos en Singapore; el barco de Manila no sale aún, y por lo tanto utilizaremos el tiempo que nos queda libre para visitar las tribus indígenas rechazadas por la invasión malaya hasta el interior de la península de Malaca.

27 junio. — Varias compañías prestan el servicio del estrecho entre Penang y Singapore; pero tenemos el tiempo contado, y á pesar de ciertas aprensiones, por fortuna demasiado pesimistas, nos embarcamos en el primer vapor que sale para Malaca: es el Ben More, barco chino ó que por lo menos pertenece á una compañía de armadores chinos; el primer maquinista es inglés, y los oficiales son todos hijos del Archipiélago. Un delegado de la Compañía, verdadero chino, con anteojos y larga coletilla, hace las veces de cajero, y parece tener á bordo una autoridad suprema; paséase por delante de la escalerilla con la desenvoltura de un almirante; pero se abstiene de intervenir para nada en la maniobra.

Aparejan á las dos de la tarde; la cubierta está llena de chinos pobres, y la cámara ocupada por los ricos, que hablan regularmente el inglés y el malayo. Se nos sirve una abundante comida, que estos señores, por demás sobrios en sus casas, devoran aquí con un apetito voraz. Para bebida sería preciso contentarnos con te si un compañero de mesa, único viajero europeo que encontramos aquí, no nos ofreciera parte de su provisión de vino. Esta persona tan obsequiosa parece algo singular: es un relojero napolitano que vuelve á Italia, pasando por Penang, después de recorrer durante diez años la China, las Filipinas, la Malasia y Australia; hombre muy inteligente al parecer, de carácter alegre y vivaz, habla muy bien francés, inglés, alemán, español, malayo, y el dialecto chino de Cantón; mas á pesar de todo no ha hecho fortuna, y vuelve á Europa con un peculio poco más ó menos igual al que poseía al emprender el viaje; es porque se ha dedicado sólo al comercio en pequeña escala, y porque el europeo, que no puede vivir con tan reducidos gastos como el industrial chino, no realiza nunca beneficios sin el empleo de grandes capitales.

28 junio, á las cinco de la tarde. — El Ben More acaba de anclar en la rada de Malaca, muy lejos de tierra; una barca bastante grande se acerca á nosotros; como está libre, solicitamos pasar á su bordo, y nos conduce hacia la embocadura del pequeño río que atraviesa la ciudad de Malaca; en la orilla derecha extiéndese una larga línea de casetas sombreadas por los cocoteros; en la izquierda destácase una elevada colina, en cuya cumbre se ve una gran catedral de piedra blanca.

Entramos en el río, que serpentea en medio de las sucias casas, pero muy sucias, de la población malaya y china; y como en Malaca no hay hotel, tomamos el partido de presentarnos en casa del Rdo. P. Pouget, sacerdote francés de las misiones extranjeras, á quien pedimos hospitalidad. Este excelente hombre nos dice que su casa está á nuestra disposición, y manda traer al punto nuestro equipaje, diciéndonos después que en la ciudad tenemos un compatriota, M. Rolland. Yo conocí en otro tiempo á este caballero en París, y pensé que podría facilitarnos útiles indicaciones. En efecto, M. Rolland, establecido en medio de los bosques de Kassang, á cuarenta kilómetros al norte de Malaca, nos da detalles precisos, asegurándonos que su residencia es el centro más favorable para estudiar las razas indígenas. Como vuelve á su casa en el mismo día, nos ruega que le acompañemos, y aceptamos con gusto su invitación franca y cordial.

Vamos á ver al gobernador de Malaca y á visitar la ciudad. Este gobernador, que desempeña su cargo interinamente, es el mayor Squirrel, uno de esos oficiales que entre cada dos campañas hallan siempre un momento para ir á respirar el aire de los bulevares en París. Hoy le tiene muy ocupado la administración de una provincia donde es preciso mantener el equilibrio exacto entre los europeos, los malayos y los chinos; y á fe que la tarea de conciliar tantos intereses rivales en medio de mahometanos que no han olvidado las luchas sostenidas por sus padres contra los europeos, algunas veces felizmente, no es muy fácil. El gobernador obtiene, no obstante, este resultado con un centenar de soldados ingleses y algunas brigadas de mata-mata,[1] ó gendarmería indígena.

El mayor Squirrel nos recibe de la manera más cortés, invitándonos á almorzar, con el teniente Stevenson y el médico mayor H. W. Barrington. Durante el almuerzo se nos pone al corriente de la situación de la provincia. Malaca, puerto muy importante en otra época, no hace hoy ya gran comercio, pues todos los negocios se efectúan en Pennang y en Singapore. Las tribus indígenas, hace mucho tiempo expulsadas de las costas por la invasión malaya, se retiran cada vez más al interior; á esta invasión armada sucédese hoy otra muy pacífica, pero que se acentúa cada día más: es la de los chinos, ante los cuales desaparecerán á su vez los malayos, pues aquéllos han acaparado todos los oficios y el comercio en pequeña escala de Malaca y de los pueblos; actualmente se ocupan en trabajos de desmonte en los bosques, donde van á establecer vastas plantaciones de yuca: el gobierno les concede terrenos limitados por diez años, pues el cultivo de la yuca agota rápidamente el suelo, que debe descansar después veinticinco años. El chino, esencialmente invasor, se extendería sin escrúpulo por las tierras inmediatas á las que se le conceden; y por eso el vigilar á esos activos colonos es una de las mayores ocupaciones del gobierno.

El 28 por la tarde emprendemos la marcha en compañía de M. Rolland. El camino es bastante bueno: á las dos de la mañana llegamos á Durian Tonggal, estación de policía, donde todos los mata-mata ocupan su puesto; á las siete damos vista á Kessang, otra estación de policía de seis mata-mata, no lejos de la cual se halla la casa de M. Rolland. El pueblo de Kessang sólo contiene una reducida población aglomerada; pero en medio de los arrozales vecinos, limitados por un horizonte de altas montañas cubiertas de bosques, se ven numerosas casetas de malayos.

Desde el primer día, gracias á la intervención de monsieur Rolland, puedo valerme de un manthra, joven salvaje que ha salido de los bosques aguijoneado por el hambre y que habla regularmente el malayo: la casualidad me proporciona á la vez en este pobre indígena el más fiel servidor, intérprete y guía.

Un descubridor portugués, Godino,[2] da el nombre de Saletas á las poblaciones primitivas de la provincia, expulsadas de la costa por los malayos: nunca he oído hablar de estos Saletas en mis excursiones; los únicos indígenas que hemos encontrado son los Mantaras, los Udias, los Knabouisy los Jakouns.[3]

30 junio. — Pang Lima se compromete á conducirnos á donde están sus hermanos, en el Bukit-kumunin, á una veintena de kilómetros al norte de Kassang.

Después de seguir algún tiempo un camino bastante regular penetramos en un bosque, avanzando por él durante cuatro horas á través de sinuosos senderos trazados por las fieras, obstruidos por troncos enormes, que muertos de vejez han caído en tierra. ¡Qué bosque tan magnífico! No espero ver jamás otro que le iguale, así por lo solemne, como por el carácter religioso que su conjunto ofrece! los Kayu darak [4] y los Dammar,[5] árboles gigantescos y rectilíneos, confunden su follaje y sólo filtra á su través una luz muy debilitada. Entre las ramas más altas deslizase de vez en cuando un gibón,[6] lento y grave, que

  1. Los ojos, traducido literalmente del malayo.
  2. Malaca, la India Meridional y el Cathay, manuscrito original autógrafo de Godino de Eredia, reproducido en facsímile y traducido por M. León Jaussen, Bruselas, 1882.
  3. En las montañas de la península de Malaca habitan en diversos puntos otras varias tribus; una de las más interesantes es la de las SaMayes, estudiada por M. de la Croix en la provincia de Perak (Revista de Etnografía, julio, 1882); pertenece al tipo negrito.
  4. Caryophyllus fasligiatus, Bl. Mirtáceas.
  5. Los malayos dan este nombre genérico á los árboles de que extraen diversas gomas y resinas; los más de ellos pertenecen á las familias de las Abietíneas y de las Dipterocárpeas.
  6. Hillobates entelloides (familia de los monos antropoideos).