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En las inmediaciones del Mercado del Plata, existía un Café y Fonda, que por el tiempo en que principia la presente narracion, gozaba de muy buena fama entre la gente proletaria.

Era su dueño un rudo italiano, llamado José Dagiore.

Diez años antes, y teniendo él veinte escasos, había desembarcado, con otros tantos inmigrantes en la playa de la capital argentina.

Siempre, y en toda condicion, es más fácil la vida para todo el que busca pan ofreciéndose á ejecutar cualquier trabajo manual que no requiere aprendizaje ó estudios anteriores. Lo contrario sucede con las carreras liberales, y en general, con los hombres un poco instruídos.

El inmigrante rústico tiene pocas necesidades, no flota su imaginacion en una atmósfera de vanidad; acepta cualquier trabajo y se sostiene con un frugal alimento.

Sin embargo, no siempre sucede así, y José Dagiore encontró dificultades en los primeros tiempos de su llegada al país. Al salir del Hotel de Inmigrantes se juntó con una manada de compañeros que seguían la vía pública por mitad de la calle. Había hecho relacion con estos sus paisanos y todos á la vez buscaban trabajo. Mientras, se arreglaron en

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