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y nada más: su hambre de oro no expresaba ningún deseo,— era la animalidad descarnada del avaro. Queria ahorrar y asi lo hacia,— sobre su hambre, sobre su sed, á despecho de la salud y de la higiene de su cuerpo: ahorraba por ahorrar ó tal vez por hábito heredado en la falta de costumbre de gastar dinero, cumpliendo asi, de una manera inconsciente, la mision de ahorrar todo lo que no habian podido comer sus antepasados.

Aun en medio de sus tareas solía quedar perplejo soñando en montones de oro, hasta que la voz de un oficial lo sacaba de su ensimismamiento, gritándole desde un andamio:—«Giusseppe, porta un balde de mezcla, súbito!»

Como muchos otros podría haber aprendido la albañilería, pero parece que tenía por este oficio poca vocacion.

Al terminarse la construccion de la obra donde trabajaba, pasó el contratista á edificar una nueva casa, pero Dagiore no quiso acompañarle.

habia ahorrado en este corto tiempo mil seiscientos pesos moneda corriente, y con este pequeño capital empezó á trabajar por su cuenta como vendedor ambulante.

En la fonda, donde comía por la noche dos platos, habia contraído relacion íntima con el cocinero.

Fue este quien le aconsejó el ingreso al nuevo comercio en que debutaba.

Para la venta de la mañana habian hecho sociedad: el cocinero hacía tortillas que Dagiore se encargaba de vender por las calles, anunciando su efecto con una voz incomprensible. Más tarde, según la estacion, vendía frutas ó masitas.

Asi, con muy pequeñas intermitencias, pasaron ocho