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116 PANORAMAS DE LA VIDA

mi alma. Los recuerdos de la infancia, que fueron siempre mi refugio contra el dolor, evocados allí, en su propio escenario, destrozaban mi corazon con una pena imponderable. ¡Qué diferencia de aquel tiempo á este! Cobijábame entonces el ala protectora de dos seres tutelares: mi padre y mi abuela, aquella dos veces madre que vivia de mi vida. Ahora.... ahora ellos dormian en la tumba; y yo allí, en la casa paterna, al lado de mi cuna, encontrábame sola; sola, porque el amor de mis tias, viejas solteronas, resentíase asaz de egoismo y decrepitud. Aquellos corazones desecados por el aislamiento del alma, lejos de reverdecer al contacto de mi jóven existencia, habrian querido encerrarla en el radio estrecho de la suya, pálida y destruida. Pesábanles las horas que pasaba con mis compañeras, bailando Ó paseando; y exigian de mí que consagrara mis veladas á escucharlas hablar de Chiclana, de Belgrano y Pueyrredon, héroes legendarios ciertamente, pero que maldita gracia me hacian en la actual situacion de mi ánimo.

Quedábame el cariño incansable de Anselma; pero la pobre vieja vivía en el pasado; y sus recuerdos, empapados en la amargura de las comparaciones aumentaban mis penas.

Qué diré? Los goces mismos que en los primeros dias de mi llegada saboreaba con embriaguez,