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PEREGRINACIONES 139

—Ah! señora—poco sé del pobrecito, pero todo ello es muy lastimoso.

Hace tres años, cuando estábamos recien establecidos en este puesto, un dia que estaba yo haciendo la comida en ese fogon que usted vé bajo el algarrobo, vi llegar un hombre flaco y pálido en un caballo despeado. Traía en sus brazos á un niño flaco y pálido como él, pero lindo como un Jesús. Era el rubio, que entonces tendria dos años.

El hombre me pidió permiso para descansar un rato, y se sentó con el niño al lado del fuego. Entonces advertí que estaban muy fatigados y hambrientos porque ambos tenian los labios secos, y al niño se le iban los ojos dentro de mis ollas con un aire tan triste que me partió el corazon.

Apresuréme á darles de comer y el pobre chiquito, con el último bocado se me quedó dormido en los brazos.

El hombre estaba inquieto y casi no comió.

Como la diferencia del color estaba diciendo que el niño no era su hijo, preguntéle por qué incidente se encontraba en poder suyo.

—El destino ! señora respondió—cosas del destino. Volviendo de un viaje que hice á San Luis, al entrar en la frontera de Córdoba, pasé por un lugar que acababan de asaltar los indios. Las casas