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PEREGRINACIONES 179

piel de tigre á los piés de su esposo, quedó inmóvil, y fingió dormir.

Pero el sueño habia huido de aquella nómada morada ; y sus huéspedes velaban: el uno aguardando con el corazon palpitante de anhelosa impaciencia; el otro acechando con ojos airados, amenazadores como los que espiaban bajo el matorral, y como ellos, fulgurantes de una luz siniestra :

Los celos!

Y así pasaron las horas. El fuego habíase consumido, las tinieblas invadian el toldo de hojas de palmera, y el silencio reinaba en el campo.

—Uladina!—articuló á media voz el cacique, incorporándose en su lecho de pieles.

Silencio: ninguna respuesta: nada sino la respiracion ténue y suavísima de la india.

Duerme !—murmuró él—¡ Espíritus de la noche! derramad sobre ella la urna del sueño eterno.

Y alzándose cautelosamente, terció ásu espalda el carcax, empuñó el arco, y se alejó, perdiéndose luego entre las sombras.

Uladina se levantó impetuosa, pálida, desencajado el semblante y ardiendo en sus ojos la llama de una


cólera inmensa; armóse de una saeta envenenada, y siguió de cerca al cacique. El guerrero atravesó el campo, cruzó la selva,