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196 PANORAMAS DE LA VIDA

De repente, y al volver un recodo que el camino hacía sobre la ceja de un bosque, un espectáculo horroroso apareció á mis ojos.

Era la zona inflamada de un incendio que se estendia roja en el horizonte.

—Hijo mio! mi hijo !—exclamé, corriendo hácia aquel lado, desatentada, loca, lanzando gritos de dolor que atrajeron á los moradores de los ranchos vecinos, quienes me siguieron, espantados como yó de aquel siniestro resplandor que acusaba la presencia de los indios.

Cuando llegamos al sitio donde estaba situado el caserío encontramos los ranchos ardiendo en medio del solitario paisage.

Un silencio sepuleral reinaba en torno, interrumpido solo por el chasquido de las llamas que se elevaban en torbellinos, alumbrando el espacio en una ancha estension.

A esa vista habria sucumbido al dolor, si el pensamiento de mi hijo no me hubiera dado fuerzas para arrojarme en busca suya á las llamas, revolviendo los candentes escombros, y llamando á mi hijo con desesperados gritos.

En el fondo de una zanja fué encontrado el puestero, acribillado de heridas y casi espirante.

Prodiguéle cuanto pude imaginar para reanimarlo, trasmitirle mi vida para darle el aliento y la palabra.