372 PANORAMAS DE LA VIDA
precipitó en la tienda pasando sobre el arma que aquel cruzaba para detenerlo. Quien asi infringía, á riesgo de su vida, la severa consigna de campaña, era un mensagero del corregidor de La Quiaca, pueblo situado á diez minutos de la línea divisoria de ambas repúblicas: traía el aviso de que una fuerza enemiga, introduciéndose dispersa, por diferentes puntos en el territorio boliviano, habia asaltado la hacienda del gobernador de Moraya, saqueádola, entregádola á las llamas, y huido, llevándose prisioneros al propietario y su hija, la doncella mas linda de la comarca.
—Lucía ! —exclamó el comandante Castro, entre la explosion de gritos airados que estalló al oír esta nueva; y una veintena de adalides encabezados por él se arrojó en tumulto á la puerta de la tienda para correr hácia los potreros donde pastaban las caballadas del ejército.
Braun les cerró el paso.
—Deteneos! — gritó — ¿Dónde vais? Qué pretendeis hacer? Correr tras esos bandoleros? Qué locura! ¿Sabeis siquiera el camino que llevan en ese laberinto de quebradas donde en cada recodo encontrariais una emboscada en que pereceriais sin gloria, y sin alcanzar vuestro objeto?
A estas palabras, los oficiales se detuvieron vacilantes. Castro palideció de indignacion, y se