EL POZO DEL YOCcCt 389
producía la esperanza de substraerse por unas horas de anonadamiento á ese martirio desconocido de que habia hablado el viejo de la caverna, y que yo buscaba en mi propia conciencia, sin encontrar mas que amor y consagración.
—Yo lo sabré —dije abrumada por la mas dolorosa de las dudas: la duda de sí mismo-—yo lo sabré; y destrozaré mi corazon si hay en él algun sentimiento que pueda causarte pena, madre querida!
Anoche, cuando todo callaba en el profundo valle de Iruga levantéme de la cama donde me acosté vestida, y recatando mis pasos, fuí á espiar el sueño de mi madre.
Encontréla reclinada en los cojines de un divan, inmóvil y al parecer en el mas tranquilo reposo. En sus lábios y en sus ojos entreabiertos vagaba una dulce sonrisa, y sobre sus mejillas se estendia el rosado tinte de la salud que hacia tiempo habia huido de ellas.
Toqué su frente que estaba fresca, incliné mi oido sobre su pecho que se alzaba en suaves aspiraciones bajo sus manos cruzadas que estrechaban la redoma del viejo de la montaña.
Cuán feliz parecia en aquel sueño que semejaba al éxtasis—Y sin embargo—decia yo con amargura, hé ahí tu rostro enflaquecido, tus manos trasparentes,