PEREGRINACIONES 53
Y tendiendo la mano hácia las señoras:
Eulalia Vera, mi esposa, sor Carmela, mi hija.
Y á este último nombre, su acento ligero y petulante se tornó sombrío y doloroso.
Saludé ámi vez; pero en tanto que hacia cumplidos ú la una, mis ojos no se apartaban de la otra; y mientras don Fernando Villanueva, continuando su presentacion, decia :
—El señor Vargas, gobernador de Calama; los señores Eduardo y Manuel, sus hijos: el doctor Mendoza. una de las mas luminosas antorchas de la ciencia—yo apenas lo escuchaba.
—Sor !—murmuraban mis lábios, contemplando á la misteriosa jóven que marchaba á mi lado, envuelta en su vaporosa túnica, $0”! una monja!
Yla luz que al través del doble velo irradiaban aquellos ojos negros parecia alumbrar en mi mente las ardientes palabras de la carta que habia leido la víspera; y siempre la imágen del bello cubano venia á mezclarse á la romántica leyenda que forjaba mi fantasía.
Laura se interrumpió de repente.
—Ves ese rayo blanco que dá á las cortinas de la ventana la apariencia de un fantasma ?
—Si.
—Qué es?
—El dia.