Renato, que notó la inquietud de su amada, abrió la puerta, y ántes que ella hubiera podido detenerlo, se puso en dos saltos sobre el puente.
En ese momento, sonó la detonacion de una arma, escuchóse el rumor de una lucha, y luego el ruido que produce un cuerpo al caer en el agua.
—Renato!—esclamó la jóven, con acento desesperado, abalanzándose á la puerta.
Pero al mismo tiempo cerróla una mano vigorosa y el capitan ébrio de rabia sintió que la echaban barra y cerrojos, dejándolo á él encerrado y en completa inaccion. Miró en torno, como una fiera acorralada, y no encontrando salida, armóse de una pistola, tomó en brazos á su hija que estaba postrada en tierra casi exánime, sentóla en un sitial, se colocó á su lado y esperó.
En el mismo instante el grupo de amotinados rodeó la escotilla.
—Capitan!—gritó una voz—estás en nuestras manos, y nada puede salvarte. El teniente cayó al agua luchando, sabes con quién? con Cerninio de Lesbos, que ya habrá dado buena cuenta de él.—Dáte, pues á razon, entréganos tu hija y el itinerario del « Alcion » toma una lancha y lárgate, que no queremos matarte.
Miéntras el bandido hablaba, el semblante del