LOS MELLIZOS DEL ILLIMANI 127
en el éter la nieve de sus ventisqueros, y cambia en azul el rojo violado de su granítico pié, veíase aparecer al mismo tiempo á los dos amigos, el uno atravesando el puente de Socabaya, el otro descendiendo la calle de Cochabambinos, reunirse bajo el arco de la alameda, estrecharse las manos y desaparecer juntos entre la fronda de los rosales.
En las pláticas de aquellos solitarios paseos, el presente y el porvenir estaban proseritos.
—Te acuerdas?—decia el uno, señalando el vuelo de una ave en busca de su nido.
—Te acuerdas?—decia el otro, escuchando á lo lejos las dolientes notas de un yaraví.
Y Alvarez dirijia una mirada de temor hácia la calle de Chirinos; y Loaiza otra de miedo hácia la plaza de San Francisco.
Un dia, Alvarez esperó en vano á su amigo: Loaiza no vino; y Alvarez regresó á su casa, quebrantado el corazon, y el alma llena de lúgubres presentimientos. ¿Cómo saber lo que habia sido de Loaiza? Alvarez estaba desterrado de la morada de su amigo; y el nombre de este proscrito en su casa.
Y la ausencia de Loaiza se prolongaba, y una terrible inquietud se apoderaba de Alvarez, inquietud que se aumentaba con la estraña alegria, que se pintaba en el semblante de su mujer.