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UNA VISITA AL MANICOMIO 143

v Un paseo á la Oroya

Enrique Meiggs lo habia organizado para festejar á un jóven y apuesto literato, hijo de la capital mas prestigiosa de las repúblicas sud-americanas. La sala de espera en la estacion estaba llena de una elegante concurrencia. Las muchachas mas lindas de Lima eran de la partida; y calados blancos sombreritos de paja, y el rostro medio oculto entre azules velos, esperaban impacientes el áspero silbato de prevencion, alegres, risueñas, felices.

Pero habia entre ellas una que era mas feliz que todas:

Delfina.

Al llegar á la estacion, sus ojos divisaron al béroe de la fiesta; y aunque él se hallaba á distancia, y que sus miradas no se volvieran hácia ella, allí estaba el tren pronto á partir y acercábase la hora deliciosa en que, reunidos en los muelles asientos de un wagon, recorrerian juntos el vertiginoso camino que se eleva serpeando sobre abismos en las vertientes altísimas de los Andes.

El pito suena, el tañido de la campana llama á los viageros á su puesto; el convoy parte.

Pero aquel que embargaba las miradas de Delfina