UN VIAJE AL PAIS DEL ORO 175
muchedumbre abigarrada que circulaba en todos sentidos. El teniente Alejandro me habia encargado el cuidado de conducir á su hermana: y cargando al hombro el lijero equipaje de ésta y el suyo propio, marchaba delante, seguido de Samuel. Nosotros dos veníamos los últimos, asidos de las manos y platicando alegremente.
Estela, encantada de hallarse en tierra, aspiraba con delicia el ambiente perfumado que venía de las vecinas praderas.
Vestida de muselina blanca, y sobre sus largos rizos un sombrerillo de paja, bella y fresca como aquella mañana de primavera, reía, olvidada de sus terrores, con el confiado abandono de la infancia, mezclando á sus risas, gozosas esclamaciones.
—Dios mio! qué pais tan bello! Mira esas lomas cubiertas de pinos tan altos! Repara en los piés de esa gringa: si creo que se ha calzado nuestras chalupas de ¿bordo!...... Y aquella. que vá montada en un buey! Mira esa bandada de aves blancas que cruzan el cielo: hasta aquí se oyen sus cantos! ¿Qué es lo que hacen aquellos hombres en torno á una mesa tras de los cristales de este hotel? ¡Están jugando á los dados! Cada uno tiene delante un monton de piedras amarillas. . . . Bah!. . . el oro de California! ¡Qué semblantes tan airados! De seguro, esta