UN VIAJE AL PAIS DEL ORO 185
una multitud de pasajeros que iban, venian, reian y hablaban á la vez, formando el mas animado cuadro, en tanto que el vapor se deslizaba suavemente entre las pintorescas márgenes del Sacramento.
Recostado en la borda. cubierta de floridos tiestos, contemplaba yo tristemente la ciudad, que se destacaba á lo léjos como un mirage sobre el azul del oceano. ¡Estela! ¡Estela! murmuraba suspirando.
Una mano se posó en mi hombro. Volvíme y dí un grito de gozo. Era ella. Abrazámonos como quienes vuelven á verse, pasado un gran peligro.
Cuando la emocion me permitió hablar:
—¿Cómo es que te hallas aquí—la dije— despues de haberte buscado tanto, inútilmente?
—Mi hermano está empleado á bordo—respondió ella—En cuanto al motivo que me ha hecho dejar la casa de madama Gerard. ..... Ay! Andrés! .... ¡Siempre el hombre color de cobre! ¡Siempre ese fantasma amenazador que me sigue á todas partes! Ah! ¡Túno sabes lo que anoche aconteció!
Figúrate que dormíamos, Emilia Gerard y yo en un cuartito separado del de madama Gerard por un tabique de lienzo y por otro de tabla de la casa vecina por donde principió el fuego.