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UN VIAJE AL PAIS DEL ORO 237

todos sus detalles; y allá, en su lejano fondo, reflejábase en una larga hilera de blancas cúpulas:

Arequipa!

Atravesé rápido como una exhalacion el valle de Congata y los callejones de Tiabaya, asustando á las gentes que se encontraban á mi paso, y se apartaban temerosas; creyéndome un alma en pena. Mi caballo caia de cansancio; pero yo lo alzaba con la voz y con la espuela, y corria adelante.

De repente, á la vuelta de un recodo, la blanca ciudad me apareció otra vez, pero esta, del todo cercana: veía sus luces, oía sus rumores.

Azuzo mi caballo, que se precipita dando saltos desesperados; toco los arrabales; atravieso el puente; subo la márgen del rio, llego!.........

La casita yacía allí, oscura y silenciosa; y las higueras tendian sobre ella su negra sombra.

La puerta estaba cerrada.

—Duerme—dije; y arrojándome del caballo, llamé con los golpes que solía en otro tiempo anunciarme á mi madre. La puerta permaneció cerrada, y el eco solo, me respondió de adentro, sonoro y vacío.

—Madre! madre! —grité, pegando el rostro contra aquella puerta muda.

Una muger salió á mis voces, de una casa vecina y vino á mí.

—Ayer la llevamos al cementerio—me dijo—Las