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UN VIAJE AL PAIS DEL ORO 239.

pié de un crucifijo, y sobre una hoja de palmabendita, encontré esta joya; que contenia todo el oro que yo le envié de California, y que la pobre madre, disfrazando bajo aquella graciosa forma su tierna abnegacion, guardaba siempre para mí.

Sentéme al lado de aquel lecho vacío, apoyé la cabeza en las manos y me hundí en un abismo de dolor.

No era ya el niño que cuatro dias antes lloraba á su compañera en la puerta del monasterio, llamándole con gritos y sollozos. El golpe que ahora me habia herido era tan rudo que paralizó toda espansion; y las lágrimas, ese bálsamo supremo del alma, habíanse coagulado en mi corazon.

La Juz del siguiente dia me encontró en la misma actitud, el labio mudo y los ojos secos; pero mis cabellos sedosos y húmedos, aun, con la sávia de la infancia, estaban sembrados de canas.

Y el jóven pasó su mano sobre su negra cabellera, entre cuyos bucles brillaban algunas hebras blancas.

— Aquella noche, entre los desvarios de mi dolor— continuó, pasado un momento de sombrío silencio— formé un proyecto, que un mes despues, habia del todo realizado. Era este proyecto, cumplir los votos de mi madre; sus deseos para el porvenir, desarrollados por ella en diferentes perspectivas y gravados en mi mente al calor de su palabra.