YERBAS Y ALFILERES 271
esa asistencia, segundado por Laura y su amiga Lorenza.
En cuanto á ésta, no tardé en leer en su alma: amaba á Santiago.
Laura habia penetrado ese misterio á la luz del sueño magnético.
Hé ahí por qué pronunciara con indignacion el nombre de Lorenza.
Los dias pasaron, y pasaron los meses; y el estado del enfermo era el mismo. Compadecido de su horrible sufrimiento no me separaba de su lado ni en la noche, alternando con sus bellas enfermeras en el cuidado de velarlo. Mi presencia parecia reanimarlo; y este era el único alivio que su médico podia darle.
Un dia que hablaba con el doctor Boso, célebre botánico, esponíale el estraño carácter de aquella enfermedad que ni avanzaba ni retrocedía; persistente, inmóvil, horrible.
—Voy á darte un remedio que la vencerá, me dijo. Es una yerba que he descubierto en las montañas de Apolobamba, y con la que he curado una paralísis de veinte años.
Aplícala á tu enfermo; dale á beber su jugo, y frota con ella su cuerpo.
Es un simple maravilloso confeccionado en el