282 PANORAMAS DE LA VIDA
bastidores, rompió el lustro, apagó las lámparas, y dejó la sala en completa oscuridad.
Un clamor inmenso resonó entre las tinieblas, y la multitud apiñada contra la estrecha puerta, en los esfuerzos de una fuga desesperada formaba una masa compacta de cuyo centro elevábanse gritos penetrantes, ayes ahogados, gemidos de agonía.
Envuelto en aquella trombra viviente, y temiendo la asfixia producida por una densa polvareda que sofocaba mi aliento, hice de manos y codos un uso enérgico, y logré abrirme paso al través de aquel muro viviente, que me expelió con la fuerza de un ariete hasta el centro del patio.
Con asombro mio, noté entonces que no estaba solo.
Pálida y desmayada, una hermosa mujer yacía en mis brazos,
Conmovido del estado en que la veia, llevéla en ellos por entre los grupos de fugitivos en busca de auxilios para volverla á la vida.
De repente, un negro vestido de rica librea saltó del estribo de un carruage, y acercándose á mí:
—Señor, me dijo, esta señora es la excelentísima condesa de Valde rosas mi ama.
Hé aquí su carruage, caballero; ayudadme á colocarla en él, para llevarla á su casa.
Pero la bella dama estaba sin sentido, y yo no