CAER DE LAS NUBES 285
Arrebatado de rabia, rompí de un puñetazo el vidrio que cerraba la ventana, y pasé del retrete á las ramas de un coposo chirimoyo, cuya cima elevándose sobre los árboles del jardin mostróme la galería alumbrada por un lustro cargado de rosadas bujias; y por entre los festones de madreselva en flor, una mesa primorosamente servida, y á la condesa, que, en medio á un cortejo de jóvenes acicalados, hacia los honores de la cena.
Las voces que en el retrete escuchaba confusas, llegábanme allí claras y distintas.
—Señores! decia la condesa, tendiendo, para imponer silencio, una manita nacarada que salia como un lírio de entre las blondas de su blanco peinador, preparad un entusiasta aplauso á esta idea original.
—La idea!
—La idea!
—Héla aquí: Vuelvo cerca de mi inocente corderillo; condúzcolo cerca de vosotros, que por supuesto, le hareis una magnífica acojida. Llenamos los vasos; añado al de mi pastor unas gotas de láudano; quédase dormido; cargais con él en mi coche y lo conducis al mas lejano muladar; lo acostais sobre algun monton de ceniza; estampais en su frente con brea y carbon algun garabato que pueda tomarse porla garra del diablo, y lo dejais dormir tranquilamente su narcótico.