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NUESTRA SEÑORA DE LOS DESAMPARADOS 305

A estas palabras, una voz dulcísima, que estremeció el corazon de Rogerio con misterioso pavor, se elevó de bajo el blanco cendal, diciendo:

—Aquel que sedice mi señor, acérquese, ylevántelo si puede.

En el mismo instante, un rujido espantoso resonó en el espacio, y una óla de fuego envolvió al capitan, y lo arrojó á tierra sin sentido. ...

Cuando volvió en sí, y que poniéndose en pié miró en torno suyo, encontróse solo: su mujer y el incógnito habian desaparecido, y él, fatigado, dolorido, hallábase bajo el mismo ciprés donde quedára aguardando á su esposa en tanto que esta entraba en el derruido templo, para hacer una plegaria.

—Era el demonio !—exclamó—y yo que pretendia reconquistar á mi esposa de manos de un hombre, hela entregado al enemigo del género humano, que rabioso de su virtud, le habrá dado la muerte !

Sin embargo, aquel hombre tan arrebatado, tan intemperante en la cólera, no se abandonó ú sus funestos estímulos. Era que el arrepentimiento, un

arrepentimiento profundo, inmenso, invadió su alma, y llevó sus pasos al templo donde penetró golpeando su pecho con honda contricion.

El dia acababa; el santuario estaba lleno de sombra;

y solo allá en el fondo dela nave, un rayo de luz, T.H 20