UN VIAJE ACIAGO 35
camino que sube de Pachia á las alturas de Palca. Habia corrido, olvidando á mi arriero que se quedó rezagado en las chicherías del Alto de Lima.
Detúveme á esperarlo; pero, por mas que me volvia y aguzaba el oido, nada ví, ni percibí ruido alguno en toda la vasta extension del camino que de allí se descubría: nada, sino el solemne silencio del desierto. Sin embargo, ningun rezclo vino á inquietarme. Estaba la noche tan luminosa, el aire tan suave, y la naturaleza abandonada á tan dulce reposo, que todo linaje de temor habria sido ridículo.
Seguí, pues, mi marcha, sola en la tierra, pero acompañada de una hermosa luna y de millares de estrellas, que parecian escoltarme y correr conmigo.
Bien pronto dejé atrás la polvorosa llanura de Pachia con sus verdes vasis y azules lontananzas.
Las imponentes moles del Tacora se alzaban ante mí; yel pobre caballito negro, á pesar suyo, y dando lastimeros relinchos, tuvo que internarse conmigo en los tortuosos rodeos del aéreo camino trazado por las herraduras de 1% arrias en la rápida vertiente de las montañas.
A mispies se abria como un abismo la profunda quebrada de Palca, valle salvaje y pintoresco, surcado de torrentes, donde crecen el molle y la salvia, cuyo acre perfume subia hasta mí en los vapores de la noche.